Mi memoria
está impregnada de otoños y del color amarillento de esos días tenues
arropados de brumas al amanecer. Aún no se ha ido el verano cuando ya septiembre
despierta el júbilo por el frescor de las mañanas y el vuelo de las hojas que tapizan
la tierra de una tonalidad ocre que apacigua los sentidos y reverdece los
recuerdos. Amaneceres de septiembre que erizan la piel con todos los otoños que
han impresionado la retina con la dulce melancolía de una soledad ensimismada. Y
hacen resurgir, como en una primavera equivocada, los brotes nunca marchitos de
lo que jamás se olvida, permitiéndote recobrar aquel estremecimiento de la primera
vez. Así renace siempre en septiembre la esperanza de encontrar lo que sirve de
alimento a la memoria y que no dejamos desaparecer bajo el pesado manto de los
años. Sus amaneceres preludian, cada año, una nueva oportunidad a quienes se empeñan
en perseguir la felicidad.
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