Al parecer, se trata de un estilo gallego de
gestionar los tiempos en función de intereses particulares o partidistas y una
forma de enfrentarse a los problemas, dejándolos pudrir o que se resuelvan
solos, sin necesidad de adoptar ninguna decisión comprometida. En esta ocasión,
la marca “gallega” condiciona tanto al tempo que prolonga
indefinidamente la crisis económica como a la coyuntura específica que afecta a
aquella comunidad autónoma. Son tiempos gallegos, así en Galicia como en
España, útiles como estrategia para la obtención de aplazamientos que afiancen
una mayoría electoral seriamente cuestionada, por estas y otras actitudes, de
un Gobierno más pendiente de su supervivencia que del país.
De nada sirve advertir que la actitud remolona también podría
perjudicar las expectativas del Gobierno. De hecho, ante la inutilidad de las
duras medidas que hacen recaer los sacrificios y los costes de la crisis
exclusivamente en las clases medias y trabajadoras, dejando indemnes a las
pudientes y a las élites poderosas de la sociedad, la ciudadanía comienza
atisbar que, salvo blandir la excusa de la “herencia” recibida, los populares
no saben cómo afrontar una situación que confiaban se resolviera sola, mediante
su simple acceso al Poder. Las manifestaciones multitudinarias, el creciente número
de colectivos que muestran su descontento y la casi totalidad de los sectores
que conforman la sociedad, salvo los adinerados, los empresarios y los curas, ponen
en evidencia la desafección de los ciudadanos que está generando con sus políticas
el actual Gobierno conservador.
Es así como, mediante el estilo gallego de gestión,
la dejadez se ha impuesto como mecanismo de actuación en la política española, a
la espera de que la crisis económica y la creciente desconfianza que provoca el
Gobierno se superen con el tiempo. Y si no, tiempo al tiempo.
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