Habría que empezar recordando los tiempos en que la mejor
televisión de España era Televisión Española (TVE), la única existente y que servía
de mero instrumento manipulador del Gobierno, que nombraba (designaba) a su
director entre leales al régimen franquista, camisa azul incluida. Precisamente,
un exdirectivo con tales requisitos supo evolucionar hacia la democracia para
terminar siendo el artífice que desatara lo que se pretendió dejar atado y bien
atado y convertirse en el político mejor valorado de la Transición , Adolfo
Suárez. Aquella televisión monolítica mantenía unos centros territoriales repartidos
por las regiones que emitían, aparte del parte de noticias acríticas para con el señor del Pardo, bailes
regionales y comentarios futbolísticos de los equipos locales que, previa desconexión
de la señal nacional, procuraban demostrar un simulacro de cercanía con los
provincianos, que éramos el resto de españoles no residentes en Madriz, así
pronunciado, con zeta, como correspondía al español “culto” de Castilla. Jamás
se escuchó ningún acento regional de las distintas hablas del español, menos
aun las otras lenguas nacionales, en ninguna de las delegaciones de TVE.
Telesur, el centro de TVE en Andalucía, estaba ubicado en un
chalecito en La Palmera ,
la avenida aristocrática de Sevilla, no en Los Remedios, el barrio burgués con
aspiraciones. Allí, con todas las limitaciones imaginables para el ejercicio de
la profesión, se curtieron grandes periodistas que sortearon con dignidad los duros
tiempos de la censura y la vigilancia política, elaborando con honestidad lo
poco que dejaba hacer un órgano de propaganda oficial. Los ascendientes
ideológicos de los que hoy deploran tanto “gasto” jamás cuestionaron la
rentabilidad de aquella televisión, ni exigieron la autosuficiencia de los
centros periféricos. Aceptaban lo que era. Era la voz de su amo.
Al poco de asentarse la democracia en nuestro país, las
comunidades históricas corrieron a establecer sus propias televisiones
autonómicas para contrarrestar más de medio siglo de homogeneización
centralista y la anulación del sentimiento “nacionalista” del País Vasco,
Cataluña y, en menor medida, Galicia. Corrieron tanto que, cuando Andalucía decidió
crear su propia televisión, Cataluña ya tenía un segundo canal autonómico.
Canal Sur comenzó a emitir un 28 de febrero de 1989, con seis horas diarias de
programación y 29 directivos en el organigrama de la RTVA. Tampoco en esa
ocasión hubo reparos económicos para que Andalucía se dotase de una televisión pública,
como demandaba su Estatuto de Autonomía. Julio Iglesias, el cantante más
internacional de la moderna España cañí, cobró la fruslería de 42 millones de
las pesetas de la época por ser el artista estelar del programa inaugural. Nadie
se acuerda de él, pero es difícil olvidar a Salvador Domínguez, el primer
director de Canal Sur, cuyo infausto recuerdo queda vinculado inexorablemente
al dispendio del dinero puesto en sus manos para hacer realidad la iniciativa
audiovisual pública andaluza y las contrataciones caprichosas que realizó por
mera afinidad personal, siendo finalmente destituido. La cosa empezaba mal.
Hoy, 25 años después, debe cerrarse la segunda señal de
Canal Sur, básicamente, por falta de recursos en tiempos de recortes, pero
también por falta de cuota de pantalla. Como en todos los modelos públicos de
televisión de España, nunca se esperó que el invento andaluz tuviera
rentabilidad comercial, pues la parte sustancial de la tarta publicitaria se la
quedan las televisiones privadas, que tienden al duopolio. A semejanza de TVE y
Telesur, Canal Sur (y todas las televisiones autonómicas), fue creada a mayor
gloria del Gobierno correspondiente, aquí siempre del PSOE, y el control “democrático”
de la información en cada Comunidad autónoma. Para ello, debía mostrarse como
una televisión cercana a su público, resaltando una supuesta identidad andaluza
y la promoción de sus valores. Así nacieron programas dedicados a la copla, la
retransmisión de cuántas romerías y ferias existen en la región y los espacios
para ancianos solitarios que buscan pareja
o de niños que imitan a los adultos contando chistes zafios.
Canal Sur 2, en cambio, conformaba su parrilla con programas
de predominio cultural, sensiblemente más baratos y menos “espectaculares”,
cumpliendo la cuota de servicio público que se exige a un ente de estas características.
La programación más relevante de la televisión andaluza podía encontrarse en
espacios como Espacio protegido, El público lee, El club de las ideas, Andaluces
por el mundo, etc. Pero los ajustes a que obliga la actual crisis sistémica
llevan las tijeras necesariamente a un organismo que tiene una plantilla de más
de 1.600 trabajadores y un presupuesto por encima de los 200 millones de euros,
de los que cerca del 80 por ciento los aporta la Junta de Andalucía. Y
puestos a cortar, se corta unificando los dos canales en uno solo, por “no
poder costear la difusión de dos señales diferentes”, según su director, y para
conseguir un ahorro de unos 20 millones de euros.
Posiblemente, la envergadura del invento se ha ido sobredimensionando para
los objetivos perseguidos, que no eran los de imitar la labor narcótica de la goebbeliana
televisión franquista, sino contrarrestar su influjo mediante televisiones públicas
que sirvieran de reflejo a la pluralidad de la sociedad española, además de permitir
la vertebración social y territorial en cada uno de sus ámbitos. Para Canal Sur
Televisión, ello consistía en la difusión de mensajes para la cohesión
identitaria, la integración territorial y el discurso político y social que
aglutine y diferencie a los andaluces con respecto a otras sensibilidades
nacionales. Pero se ha metido la tijera de forma inapropiada. Se ha suprimido
el instrumento más genuino y coherente para conseguirlo, eliminando el único
canal que huía de programaciones generalistas y del espectáculo. La poda de la
frondosa RTVA se ha comenzado por las ramas más nobles y necesarias del árbol
televisivo. Esperemos que la pérdida de savia no acarree un daño que haga
peligrar la supervivencia de Canal Sur en su conjunto. Acabaríamos peor de lo que empezamos.
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