En su casa se reúnen Manuel María del Mármol, un neoclásico,
autor de Tarfira, la defensa de Sevilla,
Félix José Reinoso, poeta y vecino
de la misma calle, y Manuel María Arjona,
que ejerce de maestro de estos poetas adelantados a un tiempo en que la
libertad no reconocía a ciudadanos sino súbditos de reyes absolutos, aunque en
Cádiz estaba fraguándose la primera Constitución que contemplaba, entre otras,
la libertad de prensa.
Otro de los poetas inconformistas
que acude a esta tertulia es Alberto
Lista, religioso, político y poeta que destaca en el círculo de ilustrados
sevillanos, con una carrera docente e intelectual impresionante. Todos, cuando
desaparezcan, pasarán a formar parte del olvido, en sus diferentes grados, como
intuyó el propio Blanco White en su Oda a
Licio –nombre arcádico de Alberto Lista-: “Mas cuando ya cumplido/ De nuestra vida el término, el instante/ Fatal
llegare, entonces en profundo/ Olvido sepultado,/ Del tiempo nuestro nombre
será hollado”.
Otra calle que hollaremos, no
para olvidar sino para avivar la memoria, será la calle Gloria, en la que
advertimos una placa que informa del lugar donde murió el poeta Alejandro Collantes de Terán, en 1933,
uno de los escritores vanguardistas que formaron parte de la generación poética
de la revista Mediodía.
En este vértigo de calles y desiglos que aturde al visitante, buscamos la salida a través de la calle Mármoles, en la que nos sorprenden tres columnas aisladas y huérfanas, restos de un templo romano, tan enhiestas y enjauladas como si estuvieran en un orfanato, cárcel del olvido.
Y el respiro, al fin, proviene
labrado en otro rótulo de esta topografía de la Sevilla atemporal: la
calle Aire, tan estrecha y cargada de historia como las que dejamos atrás. Allí
vivió el poeta Luis Cernuda, que
escogió el nombre de su calle para titular su primer poemario, Perfil del Aire, en el que desvela la esencia
de Sevilla: “Un olor de azahar,/ Aire.
¿Hubo algo más?”. Un azulejo en la pared refleja la obsesión del poeta por
la fugacidad del deseo y la vida, su “sueño
de ser un dios sin tiempo”.
Con la brisa de Cernuda y los siglos que cargamos en la espalda,
rememoramos al poeta siempre presente y que sirvió de excusa para iniciar este
paseo en conmemoración del primer centenario de su Campos de Castilla, dirigiendo nuestros pasos hacia un lugar muy
cercano a aquel “huerto claro, donde
madura el limonero” que Antonio
Machado hiciera inmortal: la calle Dueñas, no para visitar el Palacio de su
infancia, sino para terminar en un bar que hace de proa en aquella collación, lugar
donde hoy día, en esta Sevilla contemporánea, se reúne otra tertulia que aún no
figura en la topografía histórica de la ciudad ni en los libros que
custodian la sabiduría canónica de cada época, pero que con el tiempo podrá ser recordada
y recorrido su legado. Son los poetas que en la actualidad forman parte de Cuadernos de Roldán, un grupo que edita
tres números al año de un poemario en el que participan Salvador Compán, finalista del premio Planeta, Francisco Núñez Roldán, Carlos
Abadía y tantos otros que toman el relevo en la Sevilla de los poetas.
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Nota:
Los enlaces remiten a las entradas que conforman este recorido por la poesía sevillana desde la época andalusí hasta la actualidad, haciendo especial mención al período del Barroco y el Renacimiento. No se trata de un estudio pormenorizado de literatura poética, sino del encanto de una ciudad que despierta la inspiración a poetas de todas las épocas.
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