Nunca se pueden dar lecciones al que hace lo que puede en su
casa con la mejor de las intenciones. Quien más, quien menos, comete el error
de ser magnánimo y confiar en la responsabilidad de los que están bajo su cargo,
pero a veces resulta que alguien sale respondón e incontrolable, como la prima.
Nunca fue de fiar porque siempre se dejaba llevar por el lujo y el beneficio sin
esfuerzo. Y cuando han pretendido sujetarla a base de reformas y recortes en casa,
para que no dispusiera con qué gastar, se ha escapado por libre y anda por ahí
desquiciada, dando la nota y dejando el nombre de su familia a los pies de los cotillas
avariciosos y envidiosos.
La matrona de la comunidad, a la que todos hacen caso,
aconseja con ahogarle en casa el resto de las ayudas, pero la prima sigue a su
bola hasta el punto de que, cuanto más se le aprieta, más desenfrenada se
conduce, atendiendo sólo a los que por Internet, esos que nadie sabe quiénes
son, le ríen la gracia y culpabilizan a la familia de su locura. Pero el
desquicie se extiende a todos porque los demás, para evitar las acusaciones de tales
desconocidos, persisten en sacrificarse aún más, dejando al abuelo sin
medicinas, quitando a los niños del cole y no gastando ni un céntimo que pudiera
hacer creer a la prima de que continúa la abundancia.
La matrona se beneficia de la situación porque todo el
vecindario confía de ella y es a la única a la que le compran; los de Internet gozan
de una capacidad de influencia que pone nerviosa a la comunidad, que no sabe cómo
contrarrestarla, y la familia se despeña en una parálisis que la tiene
agarrotada por no saber qué hacer para que todos vuelvan a la normalidad. Y
mientras, la prima por las nubes, atrayendo una atención desmesurada que
desacredita al barrio. Los que pueden, huyen con sus ahorros para estar
cerquita de la matrona. Y los que están condenados a quedarse, cada día son más
pobres a causa del miedo y la parálisis.
¡Con lo fácil que sería recuperar a la prima! Con un puñetazo
sonoro sobre la mesa, mandar a callar a la matrona, dejar de hacer caso a los
entrometidos de Internet y que todos en la familia se pusieran a sus
quehaceres, con aplicación y diligencia, olvidando a la dichosa prima que
regrese cuando le dé la gana. Y, claro, dejar de cuestionar también la educación
que se impartió en casa. Entre otras cosas, porque al más pintado, con o sin
barbas, le puede salir un hijo rana.
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