Sin embargo, sí hay dinero para la banca, cuyas “puertas
giratorias” con la política son francamente de escándalo (Rato en Bankia, por
ejemplo), y de la que se asume como un problema gubernamental, no mercantil, su
necesidad de capitalización, una “ayuda” que por su envergadura obliga al
Estado a solicitar un “préstamo” de rescate a la Unión Europea en condiciones
todavía por conocer, pero con aval “soberano”, a través del FROB (Fondo para la Restructuración
Ordenada Bancaria), en forma de más deuda, naturalmente.
Por si fuera poco, ahora conocemos que las autopistas de peaje, especialmente las radiales de Madrid, también necesitarán un “rescate”
ante la deuda de cerca de 3.800 millones de euros que acumulan. Como los
bancos, parece que a las autopistas, esas que nos cobran un peaje por circular
aunque ya paguemos un impuesto de circulación y contribuyamos con nuestros
impuestos a la Hacienda
pública, tampoco se les debe dejar hundir en la quiebra. El Ministerio de
Fomento estudia un plan para permitir su viabilidad financiera a través de
préstamos a las empresas por importe, en principio, de cerca de 300 millones de
euros. Sería el tercer “rescate” en cuatro años que se le facilita a los
concesionarios de autopistas, empresas en las que participan las principales
constructoras (¡las del ladrillo!) y varias cajas de ahorros (¡otra vez los
bancos!).
Los mismos agentes en sectores económicos aparentemente
distintos que el Estado se muestra diligente a la hora de “socorrer” cuando no
consiguen las ganancias calculadas. Sus deudas las pagamos todos, incluso si
son ocasionadas por una gestión abiertamente irresponsable por parte de unos
administradores que, en correspondencia, pueden ser apartados impunemente del
cargo previa compensación de un astronómico despido blindado.
Este capitalismo que reparte plusvalías entre unos pocos y
socializa las pérdidas, daría risa si no fuera tan injusto y obsceno. Máxime si
quienes lo promueven tienen la desfachatez de alabar las presuntas “bondades”
de esa iniciativa privada (que recurre al Estado en caso de pérdidas) en
detrimento de lo público. Sería para mondarse si no te entraran ganas de
iniciar una revolución, porque cuando la flamante directora general de Tráfico,
María Seguí, afirma que, “entre una
carretera y una autopista de pago, yo escojo la de pago” lo que te pide el
cuerpo es declararte insumiso y dejar que ella pague, sólo con sus medios,
todos los servicios que precise. La responsable de la seguridad vial de
nuestras carreteras nos recomienda utilizar los servicios que oferta el sector
privado por ser más seguros o, como ella misma asegura, “como inversión en salud”. Es como si la ministra de Sanidad nos
aconsejase recurrir a las clínicas privadas en vez de a los hospitales de la
red pública en caso de enfermar. ¿Para eso pagamos impuestos?
Por lo que se ve, dicen y están haciendo, pagamos impuestos
no para mantener unos servicios públicos que extiendan derechos a los más
desfavorecidos, sino para financiar aventuras ruinosas de sectores económicos
muy poderosos a los que el Estado debe garantizar la viabilidad y rentabilidad
a cualquier precio. Si para ello hay que amedrentar a la población con la
excusa de una crisis de la que es ajena, se recurre sin complejos, culpándola
de “vivir por encima de sus posibilidades”. Y ante cada “reforma” que la
empobrece, se le amenaza con nuevas medidas “difíciles” que continuarán una
austeridad de la que están exentos esos sectores políticos-económicos que nos
esquilman y nos tratan como tontos. Lo que no estará muy desacertado porque,
encima, les votamos.
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