martes, 27 de octubre de 2009

Fumar y educación

Declaro de antemano que no soy fumador. Tampoco soy químico, lo que no impide que reconozca que beber lejía puede matarme, sin necesidad de exigir una información especializada al respecto. De ahí que mi reproche al fumador, conocedor hasta la saciedad de los peligros para la salud de su adicción, se sustente en dos argumentos: 1º) que ya saben que fumar es perjudicial para ellos mismos; y 2º) que saben también que perjudica a las demás personas que se ven obligadas a respirar su humo. Admito, además, que cada cual tiene libertad para ingeriir o inhalar lo que quiera, o para no hacerlo. Desde estas premisas es fácil suponer mi posicionamiento sobre la restricción de fumar en sitios públicos. Aparte de las leyes que intentan regular esta materia, considero que la problemática se reduce a una cuestión de simple educación: respetar los ámbitos de libertad de las personas; unas, para respirar aire no viciado por el humo, y otras para fumar si les place. Ambos son derechos que cuando se enfrentan, al coincidir personas de ambos grupos en sitios cerrados, parece lógico que prevalezca el que salvaguarda la salud de todos, fumador y no fumador. Es lo que intenta la norma que ahora va a endurecer las restricciones de fumar en espacios públicos. Si no obligamos a nadie a beber lejía porque conocemos sus fatales consecuencias, tampoco deberíamos obligar a nadie a respirar humo cancerígeno por las mismas razones. Es verdad que hay más cosas que nos podrían matar, pero así vamos acotando los riesgos que nos acechan, reduciendo sus consecuencias. Algo es algo.

¿Consumes o te consumen?, corto premiado por el Grupo Español de Cáncer de Pulmón por su mensaje sobre los peligros para la salud del tabaco.

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