viernes, 9 de octubre de 2009

Epidemia de corrupción

Siendo más devastadora, la epidemia de corrupción que asola el país causa menos alarma que la de gripe A. A pesar de la atención que le prestan los medios de comunicación, la inquietud de la gente por estos sucesos de aprovechamiento de dinero público para enriquecimiento personal y financiación del partido, apenas despierta preocupación ni altera el estado de ánimo, como si fuera algo natural lo que está ocurriendo. Y lo que está aflorando es muy grave. Un partido con responsabilidad de gobierno, aunque ahora esté en la oposición, está siendo investigado por tener en su seno una trama de corrupción en la que se ven involucrados personalidades y líderes que se mantienen aún en sus cargos, salvo situaciones de fuerza mayor, como la del tesorero del partido, entre otros, que ha tenido que ser apartado cuando la justicia solicitó su suplicatorio a las Cortes por su condición de senador. Ya no se trata de acusaciones sin fundamento, de las que se lanzan unos y otros para la diatriba política, sino de hechos documentados que conforman un sumario de miles de folios. Y la gravedad del asunto proviene no sólo por afectar a uno de los partidos sobre los que descansa la gobernabilidad del país, sino por indicar, en virtud de las reacciones que provoca en los afectados, el grado de pureza de la democracia que nos hemos dotado. Los mismos que debieran velar por ella, no tienen empacho de socavar sus cimientos al poner en tela de juicio el funcionamiento de las instituciones y órganos que la hacen patente. Y en no cortar de raíz cualquier relación con conductas, aunque todavía "inocentes" hasta que lo decida el juez, sí al menos sospechosas por las investigaciones que despiertan. Cuando se duda de la policía o del juez antes que del delincuente, es que la pureza de la democracia que decimos desear no está arraigada en nuestro ser ni, por tanto, en nuestras conductas. Se mantienen hábitos de otras épocas, cuando el poder se ejercía sin control, creyendo que era manejado al antojo de quien lo detentaba. Y se echan de menos, con gran tristeza, actitudes movidas por firmes convicciones en las que la dimisión, los ceses y el sometimiento a la ley no sean excepciones en un Estado Democrático, Social y de Derecho. De ahí la gravedad de la corrupcion que destapa el asunto Gürtel.

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