sábado, 3 de octubre de 2009

Desvelado

Aún no ha amanecido y la pantalla del ordenador ilumina la habitación. Como es sábado, la actividad de la calle permanece adormilada hasta que el sol levante un buen palmo sobre el horizonte. Sin embargo, yo madrugo como de costumbre inquieto por las cosas que me rondan en la cabeza. En los momentos previos y posteriores al sueño es cuando con más claridad hilvano las ideas y me surgen las ocurrencias más interesantes. Pero soy vago y confío en la memoria para recordarlas en cuanto me levante. Ni siquiera dispongo, de forma precavida, de una libretita en la mesilla de noche donde anotarlas y evitar que se me olviden. Debe ser algo muy importante para que durante el día siga acordándome de ella. Pero entonces es innecesario, puesto que el banco o el médico se encargan ya de eso. En realidad, lo que me preocupa y me atrae acaba siempre desapareciendo junto a los fantasmas de la oscuridad, a menos que la obsesión mantenga vivo su interés durante una temporada. Entonces, dependiendo del pie con el que me levante, me ducho, conduzco y trabajo dándole vueltas al tema, unas veces de forma útil y otras, en la mayoría de las ocasiones, estéril. Toda mi vida ha dependido del pie con que me he levantado. El optimismo y el pesimismo, lo racional y lo visceral, la voluntad o la molicie, el amor y el odio emergen de mis miembros inferiores e invaden mi alma nada más tocar el suelo. Mi visión del mundo depende de ellos. Como estas reflexiones. Para bien y para mal.

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