Aparte de la irracionalidad en la que descansa la creencia
religiosa -por eso es creencia y no ciencia- y de la conducta sumisa a la que
conducen el fanatismo y los rituales eclesiásticos de las tres religiones monoteístas,
con los que aseguran la obediencia y adhesión del feligrés individual, componente
de una masa impersonal de creyentes, también tienen en común que ninguna de las tres (cristianismo, judaísmo e islamismo) asigna un papel
relevante, ni en su fundación ni su dirigencia, a la mujer, subordinándola a
una estructura machista y patriarcal. Hasta la idea de Dios se corresponde, en
todas ellas, a la de un varón omnímodo y eterno, “padre” creador de todas las
cosas. También coinciden en que ninguna de las tres consiente la existencia de
sacerdotes o papas mujeres, rabinos mujeres o imanes mujeres.
La histeria colectiva que fomentan en sus manifestaciones
rituales -romerías, peregrinaciones, bendiciones, etc.- (véase las imágenes que ilustran este comentario) y la práctica machista en su organización y comportamiento,
reflejan que lo más extraordinario que tienen en común las tres grandes
religiones monoteístas es que son inventos humanos (demasiados humanos, con sus características de prejuicios
y prebendas) para encauzar la irracionalidad y el salvajismo propios de nuestra
especie, parafraseando al filósofo North Whitehead. No obstante, con ellas muchos hallan consuelo a la orfandad existencial carente de un sentido trascendente.
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