Noa Pothoven |
Noa era una adolescente holandesa que ha preferido morir a
seguir soportando las secuelas psíquicas que le dejó el maltrato de una vida corta
pero desafortunada y una sociedad enferma. Tenía 17 años, había sufrido abusos
sexuales, a los 11 y 12 años de edad, y violada a los 14 años, hechos que le
provocaron un trauma tan intenso que derivó en un sufrimiento psíquico que hacía
su vida insoportable. No soportaba la vida ni su cuerpo, al que castigó con una
anorexia por la que acabó internada a la fuerza durante seis meses, lo que
agravó su ansiedad y tendencias suicidas, y más tarde hospitalizada para ser
alimentada a través de una sonda nasogástrica. Los médicos se afanaban por
salvar su cuerpo, pero su alma estaba destrozada. Tenía padres y dos hermanos: uno,
varón y, el otro, chica, como ella. Ni su familia, que se había volcado en ayudarla,
ni los médicos, que hicieron lo propio, ni la sociedad, que apenas reacciona,
pudieron salvarla. Hundida en el pozo negro de su dolor y desesperación,
decidió dejar de sufrir y entregarse a la muerte.
Causa espanto que un adolescente,
en plena flor de la vida, no encuentre sentido a su corta existencia por culpa de
los golpes con que ésta ya lo ha tratado. Pero más espanto produce que, en una
sociedad avanzada y supuestamente civilizada, un niño/a esté expuesto a abusos
sexuales en su etapa escolar y sea víctima de violación nada más alcanzar
la adolescencia. Y que ni leyes, ni la educación, ni los pocos o muchos
recursos dedicados a ello logren erradicar esa enfermedad que convierte a
nuestras sociedades en una selva para los depredadores sexuales, camuflados en
esa atmósfera machista y patriarcal tan insana que la impregna.
Duele decir adiós a Noa, tan injustamente tratada a pesar de
su juventud, y da asco pertenecer al mundo podrido que ella ha abandonado
voluntariamente, asqueada de su maldad. Quiso aliviar su sufrimiento con el
libro Winnen of leren (Ganar o aprender), que escribió a los 16 años para
explicar y compartir su sufrimiento, confiando en que contribuyera a mejorar la
atención que reciben los jóvenes en trances como el suyo. Y aunque ganó dos
premios literarios, no sirvió a sus propósitos: ni la rescató de los problemas
psicológicos que le causaron las agresiones sexuales ni motivó que la sociedad
prestara más interés a combatir la lacra que padece.
Sólo podemos pedirle perdón por contribuir, con nuestra
insensibilidad y pasividad, al infortunio con que la vida la ha maltratado.
Perdón por formar parte de una sociedad que es incapaz de proteger a los
débiles y vulnerables, como ella. Y perdón por no poder desterrar esa
mentalidad machista que convierte a algunos hombres en animales y asesinos,
ofuscados en satisfacer sus impulsos sexuales. Adiós, Noa, y perdón.
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