Juan Guaidó, presidente encargado. |
Venezuela está presente, desde hace unos años, en la agenda
mediática, es objeto de una sobreexposición que la lleva a ocupar diariamente los
titulares informativos, en los que las palabras libertad, democracia y crisis
humanitaria resumen una situación que dista mucho de abarcar toda la realidad
del país sudamericano. Sin embargo, la inmensa mayoría de los consumidores de esa
información llega al convencimiento de que en Venezuela la democracia ha sido traicionada
por el Gobierno de Nicolás Maduro y que el desabastecimiento y las carencias,
en un país paradójicamente rico, empujan a la población a las garras de la
pobreza, razones que sirven para justificar la intervención en socorro de los venezolanos y en defensa de la democracia por parte de la "comunidad internacional". Se produce, así, una
respuesta internacional que, en las últimas fechas, se ha visto reforzada con
la intervención de EE UU, el todopoderoso vecino del norte que, por iniciativa de
la Administración Trump, ha decido poner “fecha de caducidad” a la situación y
exigir el abandono del poder por parte del actual presidente del Gobierno
bolivariano. Y lo hace, para meter presión, recurriendo al envío de una ayuda
humanitaria que ni ha sido solicitada ni cuenta con permiso aduanero para entrar
en el país, lo que ha desencadenado en los pasos fronterizos con Colombia, fundamentalmente,
un enfrentamiento, entre civiles que pretendían introducir esa ayuda al país y agentes
del orden y del ejército que trataban de impedirlo, que ha causado cinco
muertos y cientos de heridos. ¿Es esta toda la verdad?
La historia de los conflictos en América Latina es tan extensa
como el propio relato histórico de unas naciones que, desde los tiempos del
descubrimiento, conquista y colonización, han sido objeto de explotación y
dependencia del imperio de turno para saquear sus riquezas naturales, abundantes
en el continente americano. España, Portugal, Inglaterra, Holanda, hasta llegar
a los actuales Estados Unidos, han sido, entre otras, las potencias extranjeras
que, a lo largo de la historia, han colonizado y subordinado la existencia de los
países latinoamericanos al proceso de expansión de un capitalismo comercial que
convertía a cada uno de ellos en una factoría que enriquecía al colonizador y
empobrecía al colonizado. Y no por maldad, sino porque así actúa el sistema
capitalista, cuyo funcionamiento descansa necesariamente en la desigualdad, ya
que para que haya unos pocos ricos han de haber muchos pobres. Y desde el saqueo
inicial se ha evolucionado hacia el agiotismo económico que, mediante
transacciones bursátiles, reglas comerciales y leyes internacionales, continúa exprimiendo
aquellos países, sobre todo si disponen de riquezas y bienes naturales, como el
petróleo, en beneficio de los imperios dominantes de cada época.
Caricatura sobre la dominación |
Nunca han dejado de estar presentes empresas multinacionales
foráneas que acaparan minerales, frutos agrícolas, recursos marinos, productos
manufacturados o vías estratégicas, bien como propietarios, bien a través de
concesiones otorgadas por gobiernos auspiciados por ellas, comportándose, en la
práctica, como auténticas latifundistas del continente y cuyos nombres acompañan
las peripecias políticas de la región, como la United Fruit Co., la Standard
Oil de Nueva Jersey, la US Steel o la Shell, entre otras. Una historia de
mercaderes, banqueros, embajadores, ingenieros o presidentes de empresas,
cuando no marines, boinas verdes o dictadores telemanejados desde la metrópolis,
que ha contribuido a la apropiación de los recursos, la vida y el destino de la
mayoría de los pueblos de Sudamérica, merced a esa piratería capitalista basada
en la doctrina liberal que tiene como expresión ideológica la articulación de
los mercados a escala global. En definitiva, formas de colonización que han
sido descritas de forma admirable por Eduardo Galeano en su obra Las venas abiertas de América Latina,
imprescindible para comprender el pasado de maltrato y dominación que alimenta
y explica un presente todavía incierto y convulso. Como el que vive actualmente
Venezuela.
Sobre ese bello país sudamericano de más de 30 millones de
habitantes, que asoma al Mar Caribe y linda con Colombia, Brasil y Guyana, se
abate una sorda lucha geoestratégica que utiliza la democracia y la crisis
humanitaria como excusas para doblegar a un régimen herético, pero democrático,
que cuestiona la dependencia colonial del poder a través de la economía.
Siguiendo el paradigma de las naciones del subcontinente, que transitaron desde
el descubrimiento y la colonización hacia la independencia, pasando por
dictaduras, caudillismos, golpes de Estado y, finalmente, la democracia, en
Venezuela gobierna, desde que Hugo Chávez accedió al poder hace más de veinte
años, un régimen socialista que lucha por desvincularse de las ataduras de ese
imperialismo económico que asegura el éxito de la “norteamericanización” del
mundo capitalista. Y mientras el petróleo con precios elevados lo permitía, la
revolución bolivariana de Chávez y sus nacionalizaciones de sectores
estratégicos de la economía, sus reformas sociales y sus ayudas a movimientos
izquierdistas vecinales resistieron los intentos de aplastamiento de la
todopoderosa bota de la superpotencia del norte, que considera a los países del
sur como su patio trasero particular, el cual arregla según su gusto e
intereses.
Juan Guaidó y Nicolás Maduro |
Es cierto, no obstante, que Venezuela sufre una crisis
política y económica, además de un grave problema de abastecimiento y escasez
de alimentos y medicinas. Pero su democracia, alcanzada desde 1958 (mucho antes
que España) y susceptible de mejoras como todas, es tan fiable como cualquiera
de Occidente, en la que las elecciones libres, la separación de poderes y la
libertad de expresión constituyen reglas indispensables de calidad democrática.
Las críticas a la misma se realizan sin ningún soporte jurídico internacional y
obviando la ampliación de derechos que ha supuesto. También es verdad que
existe un elevado grado de frustración social debido a la escasez de alimentos,
la hiperinflación, la corrupción, la mala gestión, el paro y la agitación política, problemas arcaicos
acrecentados conforme mermaban los ingresos procedentes del petróleo, la mayor fuente
de riqueza del país, y arreciaban los efectos del bloqueo financiero y el
asedio político/económico internacional generados a causa de la deuda externa y
el sesgo ideológico del gobierno bolivariano. Aún así, la revolución de Hugo
Chávez ha tenido más suerte que la Fidel Castro en Cuba, gracias al petróleo,
el principal combustible del mundo contemporáneo, del que Venezuela dispone de
una de las mayores reservas del mundo. Suerte hasta hoy.
Porque, aunque en Venezuela no existe una dictadura, como no
la hay en los EE UU de Trump, ni en la Hungría de Orbán o la Rusia de Putin,
cala el mensaje de quienes han decidido, dentro y fuera del país, que allí reina
una dictadura, a pesar de que se han celebrado más de dos decenas de elecciones
bajo los gobiernos de Chávez y Nicolás Maduro. Con tendencia al populismo y a
cierto autoritarismo, son gobiernos democráticos de una república federal,
sujetos a reglas electorales y sufragio universal, que han posibilitado la
redacción de una nueva Constitución y la implementación de profundas reformas sociales
para reducir la pobreza, potenciar la educación y las tasas de alfabetización
de la población, con gratuidad desde la guardería hasta la universidad, fomentar
el acceso a la salud también de forma gratuita, con medias de médico por
habitante más elevadas de la región, incrementar la inversión en
infraestructuras públicas y facilitar el empleo y la cultura, entre otras iniciativas.
Ayuda humanitaria a Venezuela |
La derecha venezolana, que no logra la alternancia en el
poder pero controla la Asamblea Nacional, despojada de sus competencias por el
Tribunal Supremo tras disputas e injerencias mutuas con el Ejecutivo, reconoce
a regañadientes la Constitución y minusvalora los logros gubernamentales en
materia de derechos políticos, sociales, económicos y culturales. Exige el
adelanto de elecciones, incluidas las presidenciales, la liberalización de los
presos políticos y autorizar la entrada de ayuda humanitaria al país. El
objetivo último, aunque se define como moderada, es restablecer un proyecto
neoliberal acorde con los intereses de las oligarquías y el capital
transnacional. E insiste en la existencia de una dictadura, que nos hace pensar
en Arabia Saudí antes que en Venezuela, del mismo modo que Bush aseguraba la
tenencia de armas de destrucción masiva por parte de Irak para justificar una
guerra e invadir el país: tergiversando la realidad y fabricando mentiras por
motivos que no se confiesan.
Tampoco existe una crisis humanitaria, como las que desgraciadamente
padecen Haití, Sudán del Sur o Etiopía, en los que la comunidad internacional no
interviene con envío de ayuda en magnitud y celeridad con que lo hace en el
“caso” de Venezuela. Ello no obvia la existencia problemas de escasez,
desabastecimiento y zozobra social que en modo alguno pueden equipararse a una
crisis humanitaria por hambruna o guerra, como reconoce en un informe Alfred
de Zayas, experto de Naciones Unidas para la Promoción de un Orden
Internacional Democrático y Equitativo. Existen graves problemas derivados de
las sanciones económicas y el bloqueo financiero internacional que no sólo
dificultan su solución, sino que empeoran el contrabando de medicinas y
alimentos subvencionados en la frontera con Colombia.
Guaidó junto al vicepresidente norteamericano Pence |
Es sintomático que haya sido EE UU el primer país en auspiciar
y reconocer a Juan Guaidó -electo presidente de la Asamblea Nacional por el
mismo órgano electoral que eligió a Maduro y miembro del partido opositor Voluntad
Popular-, como autoproclamado “presidente encargado” de Venezuela por
considerar ilegítimo a Nicolás Maduro. Maduro, sucesor de Chávez, había
resultado ganador de las últimas elecciones presidenciales, celebradas hace menos
de dos años, que fueron boicoteadas por la mayor parte de la oposición y castigadas
con un alto porcentaje de abstención. Es sintomático ese apoyo inmediato de EE
UU porque Washington intenta recuperar la primacía perdida, no sólo en
Venezuela, sino en el resto del continente, por la competencia que hacen China
y Rusia en la región y en la geopolítica internacional.
Tras una década de
gobiernos izquierdistas de carácter antiimperialista y emancipadores en América
Latina, que siguieron el ejemplo del chavismo para abordar un cambio radical del
estatus económico y político imperante históricamente, parece llegada la hora
de “arreglar” este patio trasero de USA. Hora de frenar las aspiraciones
soberanistas de Venezuela, sus desafíos a la hegemonía del dólar y su apuesta
por un mundo multipolar mediante el control indirecto del país, la liquidación
de la revolución bolivariana y el desalojo del actual equipo gubernamental izquierdista
que Maduro preside. Y para ello basta con una formidable campaña mediática que
haga hincapié en supuestos desafíos a la democracia y una crisis humanitaria existentes
en Venezuela. Y como si fuera un llamamiento urgente de Cruz Roja, todo el
mundo, que tiene algo que ganar y mucho que perder si desobedece la estrategia
hegemónica norteamericana, responde con seguidismo a la “voz de su amo”. Esta
parte de la verdad se guardan mucho de contárnosla.
Actualización (8/3/2019):
La otra parte de la "verdad" la revela en parte este artículo.
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