Desde que, en 2017, se detectara el asteroide Oumuamua, con
forma de pepino de 800 metros de largo y 80 de ancho, atravesando el Sistema
Solar a gran velocidad y siguiendo una trayectoria poco habitual, no deja de
especularse con la posibilidad de vida extraterrestre y de que, en realidad, lo
que nos visita sea una nave alienígena que se adentra en nuestro espacio estelar.
No cabe duda que se trata de una exageración, más fruto de la imaginación que del
rigor científico, aunque hayan sido dos astrónomos de Harvard, entre ellos Avi
Loeb, los que han alimentado tales elucubraciones al plantear en un artículo
que el extraño comportamiento del asteroide podría deberse a que fuera una nave
o sonda enviada por una civilización extraterrestre.
Esas y otras conjeturas obedecen, en realidad, a la
dificultad de hallar una explicación coherente tanto por lo que respecta a la
enorme velocidad con que se traslada el asteroide -demasiado rápido para ser
simplemente atraído por el Sol- como por la órbita que describe, hiperbólica en
vez de elíptica o circular, como los demás cometas y cuerpos celestes, que se
mueven influenciados por la gravedad. Y ante el desconocimiento para hallar
respuestas racionales, nos entregamos a la fantasía para satisfacer nuestra
ignorancia.
Sólo así se puede especular que ese pedazo de roca, el
primer asteroide interestelar conocido, es decir, el primer objeto procedente de
otro sistema solar que se adentra en el nuestro, podría estar propulsado “inteligentemente”,
sin verse alterado por la atracción gravitacional. Y que su órbita sea tan poco
usual y cambie de trayectoria conforme se acerca al sol. Demasiadas
incógnitas que llevan a las mentes más calenturientas a pensar en hipótesis
alienígenas que cubren las lagunas de la ciencia, máxime si existen precedentes
en la ficción de naves que proceden del espacio profundo y transitan por
nuestro sistema solar, ignorándonos o sin detectarnos como planeta que alberga vida,
para seguir su camino cual si tal cosa, como novela Arthiur C. Clarke en su
obra Cita con Rama.
Tanta especulación y sorpresa denotan, por lo demás, cierta
soberbia en la sabiduría humana que se extraña ante hechos que ignora -como la
forma, composición, órbita, velocidad y procedencia de los asteroides
interestelares- y que no encajan en los parámetros físicos y racionales
establecidos. Es así cómo Oumuamua pone en cuestión la idea preconcebida sobre
la formación y características de unos objetos cósmicos que creíamos conocer, y
las fuerzas y vicisitudes que los empujan a viajar durante millones de años a
través del espacio. La vida inteligente extraterrestre y Dios son, desde nuestra ignorancia,
explicaciones que ayudan a soportar nuestra incapacidad de conocer y comprender la realidad de un Universo que supera nuestras entendederas intelectuales. Rellenan el vacío de lo
mucho que nos falta por conocer.
No es que creamos, no obstante, que el hombre es la única
criatura viva e inteligente que habita el Universo. Dado el número casi infinito de estrellas,
las probabilidades que un porcentaje de ellas albergue un planeta con
condiciones para la vida semejante al nuestro son innegables y estimables. De
hecho, ya se han hallado moléculas orgánicas en cometas, y en planetas y lunas de
nuestro Sistema Solar. Pero, como reconoce el director científico de la Agencia
Espacial Europea, Günther Hasinger, en una reciente entrevista, no es que no
exista vida en otros mundos, sino que es difícil descubrirla. Y que, por
supuesto, si existe vida inteligente ahí fuera, está tan lejos que no hay
posibilidad de comunicarse con ella. Ni ella con nosotros, cabría añadir.
Esta imposibilidad e incapacidad de abarcar con nuestro
conocimiento y tecnología la totalidad del Universo es lo que nos hace creer
que cualquier nuevo hallazgo puede representar la respuesta a las sospechas de
que otra civilización, muchísimo más avanzada que la nuestra, podría conseguir lo que nosotros aún no podemos:
viajar por los confines del espacio y descubrir vida inteligente. Y Oumuamua,
con su novedosa y extraña presencia, nos invita a soñar con unos viajes que, a
escala humana, nos están vedados. La próxima vez será.
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