Hace poco se celebró el Día
Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, extraña etiqueta para
demandar una mayor visibilidad de las científicas e investigadoras en un
ámbito, el de la Ciencia, dominado por hombres. Como todo Día de los que
abundan en el calendario de las conmemoraciones, la instauración de éste por la
ONU en 2015 sirve para denunciar una carencia injustificada que se perpetúa por
los estereotipos y prejuicios sexistas que también en la esfera de los
conocimientos más elevados, no sólo en la cotidianeidad vulgar de la calle, se
mantienen. Menos del 28 por ciento de
los investigadores científicos del mundo son mujeres. Y no es porque ellas sean
menos listas e inteligentes, sino porque la mujer sigue hallando barreras que
le obstaculizan el paso a las pizarras donde se dibujan las fórmulas que nos
describen la física, las matemáticas o la química del Universo, a los
laboratorios en los que se experimentan o descubren los fenómenos y los
elementos de la Naturaleza o a los instrumentos que permiten observar lo macro
y lo micro de la Materia de la que formamos parte. Y si acceden a tales espacios
y tribunas, son relegadas y hasta olvidadas por la bibliografía y los
divulgadores que sólo aluden a la labor, meritoria por supuesto, de los genios
masculinos. Como si la genialidad dependiera del sexo y brotara exclusivamente
en seres dotados genéticamente con cromosomas XY.
La plena participación de la mujer, en condiciones de
igualdad y equidad, todavía es un reto por conquistar en la Ciencia, en general,
y en determinadas ramas de la misma, en particular, que parecen reservadas a
mentes masculinas y no admiten ni la capacidad ni la creatividad ni la sensibilidad
de una mentalidad femenina. Y aunque se ha avanzado muchísimo en la incorporación
de la mujer en el mundo de la Ciencia, la brecha existente en campos como las
ingenierías, las matemáticas o las tecnologías, por ejemplo, es todavía enorme,
debido fundamentalmente a las dificultades que encuentra la mujer para acceder
a un coto dominado por hombres, un sistema de cooptación que favorece a los candidatos
masculinos y a los hándicaps que ellas encuentran para compatibilizar la vida
familiar y dedicación profesional.
Según la UNESCO, en la actualidad hay más mujeres que se
matriculan en la Universidad, pero son pocas las que eligen una carrera
científica o técnica, expectativas que se ven influenciadas por los prejuicios que
aun determinan los destinos profesionales en función de la condición sexual de
los aspirantes. Sigue predominando la creencia de que la ciencia y tecnología es
cosa de hombres y las letras o las humanidades, de mujeres. Que la
arquitectura, la ingeniería, la astronomía o la robótica se adaptan mejor a
mentes masculinas, y que la biología, las ciencias sociales o de la salud están
indicadas a mentalidades y enfoques femeninos. Estos estereotipos, que se
inculcan desde la niñez, delimitan la formación de los alumnos por derroteros predeterminados
en función del sexo. Incluso desvirtúan la percepción del trabajo de la mujer en
tales ámbitos, como podría ser el de la Lingüística, considerándolo no
propiamente Ciencia ni que la investigación que posibilita constituya un objetivo
científico, tal como destaca la profesora de Historia de la Lengua en la
Universidad de Sevilla, Lola Pons, en un artículo reciente.
Techo de cristal
La presencia de la mujer en la Universidad es mayoritaria, como
se ha dicho, pero persisten situaciones que limitan el desarrollo de la carrera
científica y el acceso a puestos de responsabilidad a los que, en teoría, tendría
derecho. El número de catedráticos y profesores titulares de universidad es apabullantemente
masculino en un 80 por ciento. Además, sólo un 25 por ciento de féminas logra
alcanzar puestos de máxima responsabilidad y ser profesoras de investigación en
España, según un informe sobre mujeres científicas elaborado por el CSIC,
organismo que ha evaluado al personal directivo de sus centros e institutos
adscritos, detectando que de 104 directores, sólo 22 son mujeres.
No es de
extrañar, por tanto, que con estas “facilidades” a la presencia y la participación
de la mujer en la Ciencia, el 97 por ciento de los premios Nobel hayan sido
recibidos por hombres. Ello explica también que, como recoge la investigadora Flora de Pablo en Las científicas y el techo de
cristal, en la Real Academia de Ciencias esté sentada una única mujer científica
entre 42 miembros de número. O que en la de Medicina exista una sóla médica de
50 médicos varones. Y en la de Farmacia, por último, sean 5 mujeres entre 50
farmacéuticos.
Es evidente que existe un techo de cristal que, aunque se ha
desplazado ligeramente, sigue obstaculizando el camino hacia la equiparación en
condiciones de igualdad de la mujer en el mundo de la Ciencia, al verse
condicionada por un sesgo de género, en la evaluación de sus méritos y demás
circunstancias, que limita sus expectativas. Como en muchos otros ámbitos,
también en el de la Ciencia la mujer sufre discriminación, no por su capacidad
intelectual, sino por ser mujer. Queda, pues, mucho camino por recorrer.
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