En los conciliábulos de la derecha y sus pregoneros
agradecidos, en nómina o tontamente útiles, andan sobreexcitados por los
avances que el populismo ultraconservador está experimentando en el mundo
occidental tras la crisis financiera que ha ablandado el pulpo poblacional con los
golpes del paro y la pobreza y con la llegada de Donald Trump, el fantoche
millonario, a la Casa Blanca, desde donde dispara a todo el que se mueva en su contra
con twitts y amenazas apocalípticas. Disfrutan como monos viendo cómo la gente,
por miedo más que por convencimiento, se arrima a cualquier energúmeno que
prometa devolverles los empleos y las seguridades que la globalización, la
competencia y la complejidad creciente del mundo les han arrebatado. No importa
que el falso profeta ejerza desde la más bochornosa ignorancia y con la más
descarada de las malevolencias si asegura tener las claves milagrosas con las
que solucionar todos los problemas que nos quitan el sueño, sean económicos, laborales,
religiosos, migratorios o culturales. Ningún asunto nacional o internacional se
resiste, para estos líderes ultraconservadores, a ser tratado con fáciles pero
contundentes recetas que sólo ellos pueden elaborar y aplicar. Además, de un
plumazo.
Que los chinos venden más barato y en algunos aspectos su
tecnología es superior, pues se impide la expansión de su negocio y se obliga a
los “aliados” a que no adquieran sus productos, aduciendo, si es necesario, supuestos
peligros sobre seguridad y soberanía a que estarían expuestos con la
introducción de esa manufactura asiática. Que países del entorno, donde se han
trasladado empresas por disponer mano de obra barata y menos impuestos, acaban
haciendo competencia a la matriz, pues se incumplen los tratados y se recupera parte
de la fabricación externalizada, aunque ello no favorezca el intercambio
comercial ni la creación de empleo, pero sí la demagogia populista con los
descontentos. Que los inmigrantes, sobre todo si son pobres, parece que “invaden”,
“roban” y “desnaturalizan” la identidad de nuestros países con sus costumbres,
su color de piel y sus incomprensibles idiomas, pues se les expulsa sin contemplaciones
y se impide su entrada a cal y canto, cerrando fronteras y prohibiendo
rescates. Basta con criminalizarlos para que el mar y las calamidades de sus
países de origen se encarguen de su suerte, sin coste para las arcas públicas.
Que algunos paisanos aspiran a la independencia o a
relaciones territoriales privilegiadas, pues nada de dialogar ni de ceder un
ápice: ley estricta, catecismo constitucional y cárcel, bajo amenaza de
suspender autonomías y considerar delito cualquier idea o tentativa política herética,
aunque tenga un alto respaldo popular entre los que se sienten vilipendiados e
ignorados. Frente al nacionalismo periférico, ultranacionalismo español vindicativo
del imperio, del retorno al centralismo y la reconquista católica alcanforada.
Que la virilidad patriarcal considera una afrenta la igualdad de género y la
protección de las mujeres ante la violencia machista, pues se tacha de
ideología feminista y dictadura de género toda política contra la
discriminación por razón de sexo y se derogan cuantas leyes promuevan la
paridad, la igualdad, la libertad y la dignidad de la mujer, así como el matrimonio
homosexual o cualquier otro derecho social que reconozca diversidad y no tenga
la bendición de la iglesia y el respaldo de la tradición más acrisolada del
inmovilismo patrio. Que los ricos pagan mucho y los pobres reciben más de lo
que merecen, pues se bajan impuestos, se bonifican las sucesiones y donaciones que
se transmiten de padres a hijos, se recortan prestaciones que sólo fomentan la
vagancia y se limitan servicios de titularidad pública para que cualquier
necesidad (educación, salud, vivienda, seguridad, etc.) sea satisfecha por
quien pueda costeársela.
El ideario de la derecha está de moda y boga a toda vela. Sus
voceros no se cansan de propagar sus excelencias y lo “natural” de sus propuestas,
tan de sentido común. Y tan simples y necesarias para nuestra seguridad y
bienestar, como la protección divina. Con ellas se combate el “efecto llamada”
que provoca el humanitarismo de los ingenuos con el fenómeno de la migración, se
limpian nuestras ciudades de gente extraña dispuesta a robarnos, quitarnos el
trabajo y arrebatarnos lo que nos pertenece, amén de evitar que los terroristas
utilicen la inmigración para atentar en nuestro suelo contra el estilo de vida
occidental y nuestras libertades, que tan vulnerables nos hacen. Muros y
expulsiones para los otros, para los extranjeros irregulares o refugiados. Y aislacionismo
comercial para enfrentar la competencia en un mundo globalizado, con aranceles a
la importación desde otros mercados que se aprovechan de nuestras demandas y
ventajas económicas. Hay que ser grandes otra vez, volviendo a la guerra fría,
a la carrera armamentística, a las cañoneras y a las intervenciones “quirúrgicas”
en las áreas de nuestra influencia, como Irak y Venezuela, o brindando apoyo a sátrapas
como el de Arabia Saudí, ejemplos que casualmente disponen de petróleo. Y
respaldo incondicional a gobiernos que practican el apartheid, como Israel con
los palestinos, no porque sean los capataces que controlan una región del
planeta que nos tiene ojeriza civilizatoria al considerarnos infieles, sino
porque con su don para la avaricia financian a los líderes que gobiernan el autodenominado
mundo libre. Promoción, pues, del populismo más xenófobo y sectario incluso
entre los “nuestros” para que no se crean con capacidad de contradecir al
imperio y actuar contra sus intereses. Fomentar el supremacismo blanco y burgués en cada lugar para que ninguno tienda a unirse y pretenda aunar fuerzas, como
esa Unión Europea a la que el Reino Unido le ha propinado una puñalada casi mortal,
aunque salga malparado.
Así de excitados están estos agitadores populistas de la
derecha más extrema, creyendo que todo el monte es orégano y fértil para que crezcan
los Trump, Vox, Bolsonaro, Salvini y demás malas hierbas por doquier. Y con las
primeras cosechas andan sobreexcitados y la mar de contentos, creyéndose filósofos
sapientísimos que iluminan el mundo, como Bannon, cuando son simple maleza de la
política.
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