Esta situación viene de antiguo, desde que la gente se lanzara
a las calles en manifestaciones y “mareas” de protesta por los recortes, los
despidos, los desahucios, las leyes sectarias en la educación, las
privatizaciones en la sanidad, los copagos y repagos en medicamentos y
prestaciones sanitarias, la austeridad empobrecedora, las subidas de impuestos
y, en definitiva, frente a todas las medidas que iban encaminadas a desmontar
nuestro Estado del Bienestar. Viene, incluso, de antes que el fenómeno de los
indignados llenara plazas y calles contra lo que los ciudadanos consideran un
atentado a sus derechos sociales e individuales. Frente a ese rechazo popular,
el Gobierno puso en marcha prohibiciones y arbitró medidas que cercenan el
Estado de Derecho, permitiendo a la policía determinar y castigar todo lo
relacionado con el orden público sin que medie un juez para esclarecer la
colisión de derechos o la comisión de un presunto delito. El amparo
gubernamental a la acción policial es tal que los excesos policiales, la
desproporcionalidad en el uso de la fuerza y las arbitrariedades represivas
quedan impunes y, en algunos casos, son condecoradas por el poder político.
Eso es, exactamente, lo que ha pasado con los Guardias
Civiles que recientemente el Ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, condecoró
con la Cruz al
Mérito, con distintivo blanco, por el servicio que prestaron en el perímetro
fronterizo de Melilla. Son los agentes policiales, absueltos judicialmente de
los delitos que se les imputaban, que hacen bajar de las vallas a garrotazos a
los inmigrantes que intentan entrar en España y los devuelven en caliente al
otro lado de la frontera, evidenciando un trato degradante y del todo
irrespetuoso con la dignidad que merece cualquier ser humano, disponga o no de
papeles.
El Estado policial, auspiciado por una Ley Mordaza que confiere
amplias potestades represoras a la policía, cubre de impunidad los excesos que
cometen los miembros de los Cuerpos y Fuerzas del Orden Público en su acción
represiva a la hora de enfrentarse y disolver cualquier protesta pública o
manifestación. Así, deja sin castigo que se destroce el ojo de una mujer, que
ni siquiera participaba en manifestación alguna, por disparo de bala de goma que alegremente se
empleó contra una revuelta en Barcelona. Aunque se cursó la oportuna denuncia,
el juez no ha podido condenar a los responsables del atentado contra la
integridad física de una ciudadana a causa de las evasivas, las distintas
versiones dadas por la policía y unas leyes que supeditan las libertades a la
seguridad y el orden. No es algo casual, sino lo que se buscaba con la reforma
del Código Penal y la Ley
de Protección de la Seguridad Ciudadana ,
aprobadas en 2015. Ahora es el criterio policial el que determina y sanciona lo
que antes eran actos penalizados como delitos, y por tanto de competencia
judicial, y ahora transformados en infracciones administrativas, de competencia
gubernamental. El atestado policial se convierte automáticamente en veredicto y
fallo.
Por eso, incluso, se puede disparar balas de goma a gente
que está en el mar, intentando alcanzar la playa, como sucedió en las
inmediaciones de Tarajal (Marruecos), donde murieron 15 personas de las 400 que
pretendían entrar en suelo de Ceuta, sin que los 16 Guardias Civiles imputados
por esos hechos fueran condenados y resultaran absueltos, archivándose la
querella. El ministro del ramo se muestra también orgulloso de esta valerosa
actuación de nuestras fuerzas de seguridad fronteriza y la pone de ejemplo a
sus conmilitones de Europa ante el desafío que representan los refugiados.
Jorge Fernández es el miembro del Gobierno que, además de propugnar
un Estado policial, hace exhibición de sus creencias religiosas a título
institucional, que no personal, concediendo la más alta condecoración policial -Medalla
de Oro al Mérito Policial- a la
Virgen del Amor, de la Cofradía del Rico, de Málaga, como antes impuso la Cruz de Plata de la Guardia Civil a la Virgen de los Dolores de
Archidona, también en Málaga. Aunque es posible que estas vírgenes reúnan
méritos policiales para ser galardonadas, cosa que exige una fe ciega, no se
corresponde la iniciativa gubernamental con la de un Estado aconfesional, en el
que ninguna confesión debería tener carácter estatal. Sin embargo, el Gobierno de
España promueve demostraciones públicas religiosas a la hora de jurar cargos
sobre la Biblia
(Luis de Guindos y Soraya Sáenz de Santamaría) y manteniendo un crucifijo sobre
la mesa. O que este ministro se encomiende a una santa para que interceda por
la recuperación de España. Y es que el ministro de las balas de goma es muy religioso,
como su compañera de Empleo, Fátima Báñez, que se encomienda a la Virgen del Rocío para salir
de la crisis.
Estos fervores religiosos de personalidades públicas no
dejan de ser anecdóticos, si no constituyeran síntomas de una actitud
gubernamental mucho más grave por evitar una efectiva separación entre la Iglesia y el Estado con
acciones que visibilicen la presencia de la Iglesia Católica en la esfera
civil y el Estado. La deriva “católica” de la España supuestamente “aconfesional” viene determinada
por los Acuerdos entre el Estado y la Santa Sede (Concordato), por los que el Estado se
compromete a contribuir en la financiación del clero, se hace cargo del
mantenimiento del patrimonio cultural y artístico de la Iglesia , retribuye al
profesorado de religión, abona la prestación de servicios religiosos en
cárceles, hospitales, cuarteles, etc., exime a la Iglesia de pagar
impuestos, facilita el adoctrinamiento religioso en la escuela con la
asignatura de religión, que no debería figurar en la enseñanza pública, y
permite el privilegio de los centros de enseñanza privados católicos mediante
subvenciones como centros concertados, etc. Además, confiere trato de favor a
la confesión católica, como si fuera la religión nacional, al incluir la
posibilidad de señalar con una “X” la asignación tributaria en la declaración
de la renta de las personas físicas (IRPF).
Con este empeño del Gobierno por mantener bajo tutela moral
católica, no sólo a la sociedad española, sino incluso la actuación de sus
poderes públicos y las políticas que implementan (la injerencia católica en
la elaboración de la ley del aborto, es prueba de ello), pone de manifiesto que
las anécdotas que protagonizan los más fervorosos de sus ministros, lejos de
ser “puntuales”, forman parte de una estrategia perfectamente elaborada para
afianzar la confesionalidad del Estado, católico, por supuesto.
De mismo modo, las leyes e iniciativas que cercenan el
Estado de Derecho, limitando derechos y libertades en aras de una supuesta e
indeterminada seguridad, vienen promovidas intencionadamente por un afán de
convertir España en un Estado policial, en el que el Gobierno asume las
competencias de juzgar y castigar, hurtando a los jueces las atribuciones en
materia de orden público. El mayor logro del Gobierno conservador del Partido
Popular, aparte de sus recortes y ajustes causantes del empobrecimiento de la
población, es ese modelo de sociedad que está imponiendo basado en el miedo,
miedo a la libertad, que propala con la amenaza de las porras policiales y los
anatemas morales en una España policial y católica.
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