Siempre es saludable celebrar un acontecimiento mediático como el aniversario del nacimiento de un periódico. Causa alegría que un diario perdure y cumpla años saliendo cada día a la calle al encuentro con los lectores. Significa que siguen comprándolo, leyéndolo y confiando en él como vehículo para conocer lo que sucede y nos sucede. Pero, además, el hecho es saludable porque el grado de libertad que disfruta un país puede medirse por la importancia y diversidad de sus medios de comunicación. Cuánta más prensa, radio y televisión compitan por la audiencia, más capacidad crítica y de control del poder existirá en esa sociedad y más posibilidades dispondrán los ciudadanos para informarse y formarse una opinión de los asuntos colectivos que le afectan o interesan. Todo ello es cierto, al menos, en teoría y hasta cierto punto, puesto que la dependencia de los medios a subvenciones oficiales, licencias administrativas, publicidad institucional y privada e intereses empresariales condicionan de alguna manera su independencia y objetividad. No obstante, la pluralidad mediática y la libertad de prensa como marco legal constituyen un indicador fiable de la calidad democrática de cualquier país, a pesar de que existan condicionantes que limiten la indispensable función social de los medios de comunicación.
Es por ello que nos alegramos de que el diario El País conmemore el 40º aniversario de
su aparición en los quioscos, compartiendo estantería junto a otros que tienen
mucha más antigüedad, caso de La
Vanguardia o ABC, o son más jóvenes, como El Mundo y La Razón , por citar algunos ejemplos.
En su conjunto, e independientemente de la línea editorial de cada uno de ellos,
posibilitan una variada oferta informativa de “gente que cuenta a la gente lo
que le pasa a la gente”, como definiera Eugenio Scalfari, director de La Reppublica , prestigioso
diario italiano. El País ha venido
contándonos, desde que nació un mes de mayo de 1976, nuestras ilusiones
democráticas, los anhelos de libertad y las esperanzas de bienestar y progreso
que de manera colectiva sentíamos tras la muerte de Franco, el dictador que, tras promover
una guerra civil, impuso un régimen dictatorial durante más de cuarenta años en
este país. El periódico surgió en un momento crucial para España, el de la Transición , un proceso
de transformación política que iba restaurar una democracia que nos equipararía
a las demás naciones de nuestro entorno. En ese contexto, El País supuso una bocanada de aire fresco en el panorama mediático
y respondía a las exigencias y expectativas de la sociedad española, abocada ya
a disfrutar de libertades y exigir derechos como ciudadanos de un Estado moderno
y democrático. Tal vez por ello el periódico no ha tenido empacho en declararse
“pionero en la defensa de la libertad en España”, un calificativo que procede
de su actitud en defensa de la
Constitución cuando la intentona de golpe de Estado de Tejero
tenía secuestrados al Gobierno y los dirigentes políticos en el Congreso de los
Diputados. Aquella portada marcó una época y cubrió de prestigio al diario.
Ese alineamiento editorial con los valores constitucionales
de la España
democrática y su apuesta por la calidad, el rigor y la innovación técnica
convirtieron la iniciativa del empresario Jesús de Polanco en toda una referencia
del periodismo nacional y, con el tiempo, en el primer diario en español del
mundo. Dirigido en sus inicios por el periodista Juan Luis Cebrián, primer
director del diario y hoy presidente del grupo que lo edita, con visión clarividente
y mano firme, la adquisición de relevancia del periódico iba pareja al
crecimiento de la empresa en el sector editorial y audiovisual, hasta convertirlo
en un conglomerado mediático con negocios en radio, prensa, televisión y
libros.
Pero ser líder y ser poderoso le ha acarreado riesgos y
problemas al periódico y a su matriz, el Grupo Prisa. Ha tenido que afrontar dificultades
económicas a causa de su desmesurado endeudamiento por expandirse y abarcar
otros sectores y otros países, especialmente en América Latina y Portugal, lo
que le ha forzado tener que abandonar proyectos, para reducir deuda y gastos,
como Canal+, Digital+, el canal de noticias CNN, etc., y aplicar ERES y
despedir parte de su plantel de trabajadores, cerrando delegaciones
territoriales en Andalucía, Valencia, Galicia y País Vasco, entre otras medidas
traumáticas para el personal y el prestigio.
Aún más grave, empero, ha sido su enfrentamiento, rayano en
la censura y el despotismo, con las opiniones y el trabajo de destacados
periodistas de su plantilla, que cuestionaron y no se amoldaron a las
directrices y recomendaciones emanadas de la dirección. Maruja Torres, Ramón
Lobo, Javier Valenzuela, Ignacio Echeverría, Hermann Tertsch, Enric González,
José Yoldi, Miguel Ángel Aguilar o Ignacio Escolar, entre otros, ponen nombre a
los despidos fulminantes que la empresa ejecuta, sin temblarle el pulso, a
quien ose discutirle sus compromisos o prioridades, no sólo periodísticas,
también financieras, políticas, culturales y sociales.
No es de extrañar, por tanto, que aquel El País, que nació como “diario independiente de la mañana”,
prefiera ser reconocido como “diario global en español”, lema que se ajusta más
a sus objetivos y propósitos. Tampoco extraña que del voluminoso ejemplar que podía
adquirirse cada mañana, en sus primeros años, generoso en páginas y noticias, se
haya pasado a la escuálida oferta que, salvo excepciones, se recoge hoy en los
quioscos, más parecida a una hoja parroquial por su volumen y, casi, su
temática. Es signo de una decadencia que, seguro, no se reflejará en los fastos
conmemorativos de su 40º aniversario, pero que también forma parte de la
historia del periódico.
En la actualidad, y tras cuatro décadas de existencia, encontramos un El País demasiado apegado a intereses mercantiles y cautivo de esa “ludopatía bursátil de sus dueños” que, probablemente, hayan sido necesarios para su supervivencia como empresa mediática, pero que los alejan de aquellos valores fundacionales que lo distinguieron. Por eso confiamos en que esta conmemoración sirva para refrescar la memoria de lo que ha significado este periódico en la historia reciente de nuestro país y se reencuentre en la defensa de la libertad y la democracia que los españoles anhelan frente a toda clase de amenazas, sean éstas de la índole que sean, incluidas las económicas o empresariales. No se trata de un deseo nostálgico sino un producto de la necesidad, ya que nuestra salud democrática como nación va unida a la pluralidad informativa de los medios de comunicación de masas. Por ello nos alegramos de que El País celebre sus 40 años de existencia en los quioscos de prensa y porque otros muchos les reserve el futuro.
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