Y es que, al existir ilícito penal, hay que sancionar condena. La
fiscal lo tiene claro, aunque para ello recurra a argumentos morales en vez de
jurídicos. Quiere castigar lo que considera ofensas a la fe y creencias,
interpretando en nombre de éstas la conducta supuestamente ofensiva de la
condenada durante la protesta realizada en el recinto de una iglesia, católica,
por supuesto. Su negativa al recurso contra la condena se mantiene a pesar de
que algo tan subjetivo como supuestas ofensas a los sentimientos religiosos colisiona con los
derechos constitucionales de libertad de expresión y manifestación, que están
especialmente protegidos puesto que sobre ellos descansa la libertad de
participación y de opinión de los ciudadanos. Aunque ni Dios ni el obispo de la
diócesis exigen la condena, la fiscal prefiere el escarmiento porque considera esa
manifestación pacífica contra una capilla como “alardes de ser putas,
libres, bolleras o lo que quieran ser”, y para las mentes puritanas, con o sin
toga, ello es sumamente ofensivo.
Se deja llevar la señora fiscal en su argumentación por
prejuicios morales. En primer lugar, confunde actitudes de provocación y de
libertad sexual con actividades o condiciones sexuales, como son las “putas,
bolleras o lo que quieran ser”, para subrayar como ofensa lo que no es más que
un acto de protesta que busca llamar la atención sobre una incongruencia, cual
es la existencia de una capilla en el recinto de una universidad. El prejuicio
deriva de considerar un torso semidesnudo como ofensivo para quien cualquier
comportamiento de la mujer que se aparte del tradicional (casada, sumisa y
callada) es, cuando menos, sospechoso de libertinaje y vicio, es decir, de
“putas, bolleras o lo que quieran ser”. Se califica desde el estereotipo las
conductas de las participantes en una manifestación feminista contra una
capilla y se hacen comparaciones pretendidamente peyorativas que denotan, esta
vez sí, una ofensa a la dignidad de las víctimas del comercio sexual y del
tráfico de personas para la explotación en la prostitución. La inmensa mayoría
de esas víctimas es consecuencia de la violencia, la precariedad, la
marginación y de una cultura machista y sexista, y no una expresión de la
libertad sexual de la mujer. Confundir lo uno y lo otro, y utilizarlo como
argumento condenatorio, es participar del estereotipo que explota a la mujer
como objeto y no reconocer las libertades de que disfrutan en nuestro Estado de
Derecho, sin que por ello deban ser tachadas de “putas, bolleras o lo que
quieran ser”.
Pero es que, en segundo lugar, la protesta no iba dirigida
contra ninguna persona, ninguna fe y ningún sentimiento religioso, sino contra
unas instalaciones dedicadas a celebrar rituales basados en creencias que de
ningún modo corresponden a un ámbito universitario donde se profesa culto a la
razón, utiliza el método científico en las investigaciones y la libertad es la
máxima que impregna toda actividad para no verse coartada por supuestas
verdades absolutas, sean reveladas o no. La protesta respetaba la libertad
religiosa de los creyentes, pero pretendía evidenciar –de manera provocativa,
tal vez- la incongruencia de que esa libertad de credo, que pertenece al ámbito
individual de la persona, no respeta la libertad “racional” que ha de
prevalecer en el templo de la razón y la sabiduría, como es la universidad. El
conocimiento no puede estar ni orientado ni tutelado por la religión, sino por
el raciocinio y la ciencia.
Cuestionar, por tanto, que una capilla se ubique en el
interior del recinto de una universidad no es ninguna “ofensa” a sentimiento
religioso alguno, sino una actitud lógica de la razón y propia del lugar donde
debería imperar precisamente el pensamiento racional y no las creencias
religiosas de dominio personal. Es decir, nadie ofendía los sentimientos
religiosos de los feligreses, sino protestaba porque en los aposentos
“sagrados” del conocimiento y la razón se haga proselitismo y adoctrinamiento de
creencias religiosas. Y si por mantener y propiciar esa actitud crítica que
persigue ámbitos separados entre razón y creencias o, lo que es igual, Iglesia
y Estado, significa “alardear de ser putas, bolleras o lo que quieran ser", pues yo
también, señora fiscal, alardeo de ramera… de la razón. Reconozco el vicio.
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