Y es que, otra vez, volvemos a escuchar mentiras por un
tubo, a percibir cómo se ocultan medidas impopulares entre la hojarasca de los programas
electorales y a padecer que se nos distraiga con banderitas, toros lanceados y enfrentamientos
rituales entre líderes del mismo partido o de otras formaciones, etc. Todo resulta
tan repetitivo que parece que no acabamos nunca de asistir una y otra vez a la
misma historia, a la proyección de la misma película. Cansa y aburre esta
cantinela electoral incluso al más fanático de los votantes. No puede extrañar,
por tanto, que la abstención gane adeptos y se prevea aún mayor que en
anteriores elecciones.
Porque no ha empezado aún la campaña y ya han cazado la
primera mentira en Rajoy, prometiendo una cosa a Bruselas y otra, aquí, a los
españoles. Allá reconoce que retomará los recortes y acá que la recuperación
los hará innecesarios. Habla de su lucha contra la corrupción pero no acaba de
limpiar su partido de los escándalos que lo sacuden a diario. Nunca actúa a
tiempo ni hace prevención de las prácticas corruptas asumidas en la forma de
proceder de su partido y en las instituciones donde gobierna, donde blinda a
personajes sospechosos hasta el mismo momento en que son encarcelados, como el
extesorero Bárcenas, Rato, Fabra y, próxima en la lista, Rita Barberá, entre
otros muchos. Vuelve, pues, el “y tú más” y la eterna cantinela de la herencia
recibida de un Zapatero ya remoto, aunque la previsible de Rajoy, si es que abandona
la Moncloa ,
será una herencia aún peor: ha vaciado la hucha de las pensiones, ha ocasionado
que Bruselas nos multe a causa de incumplimientos continuados del déficit, no
ha impedido que la deuda pública supere por vez primera en la historia el
Producto Interior Bruto, es decir, que el país deba más de lo que gana, y, por
si fuera poco, ha envalentonado al separatismo periférico con su dontancredismo
ante el desafío catalán y con su negativa a todo abordaje político del problema.
Su herencia, tanto si la autohereda como si se la traspasa a otro, supondrá una
losa que maniatará la capacidad de alternativas de quien asuma los mandos del
próximo Gobierno. Un regalito, vamos.
El PSOE, por su parte, vuelve a repetir su ofrecimiento de
mano tendida a derecha e izquierda, pero inmediatamente advierte, de forma
tajante, de que con el PP jamás podrá pactar nada porque a lo que aspiran los
socialistas es a desalojar a Rajoy y el PP del poder. Reiteran la confrontación
y las consignas ya conocidas. Al mismo tiempo, aseguran que, si se vieran en la
necesidad de recabar apoyos adicionales para investir a su candidato, no aceptarían
los votos procedentes de los grupos independentistas del Congreso. Es decir, vuelven
a mostrarse dispuestos al diálogo en la intención de formar Gobierno, pero
establecen para ello tantos vetos y cortapìsas que, más que una actitud
proactiva, lo que expresan es un mero deseo imaginario. Así, sólo disponen de
tres posibilidades, si los votos se lo permiten: acuerdos con Ciudadanos, con
Podemos o con ambos. La última opción resulta imposible porque ambos partidos emergentes
se declaran mutuamente incompatibles. Las demás combinaciones dependen de las
aritméticas parlamentarias. Algo que ya se intentó en la breve legislatura anterior
con un absoluto fracaso, lo que nos hace sentir que regresamos a una situación
que se repite cual dèja vú diabólico.
Izquierda Unida intenta reinventarse para ser, una vez más,
la izquierda residual que, integrada ahora en Podemos, se resiste a desaparecer
del panorama político español. Y vuelve a amenazar con el “sorpasso” a su eterno
rival socialista, el PSOE, como en los tiempos del mesiánico Julio Anguita.
Andan alborotados los antiguos comunistas con esta posibilidad, a pesar de que
el maridaje que les brinda la formación violeta podría acabar fagocitándolos
por completo. Entre la insignificancia parlamentaria y la desintegración en
Podemos, optan por lo segundo si con ello materializan sus neuras: dar “sorpasso”
o aplicar la pinza. Se trata, en cualquier caso, de un buen acuerdo para
Podemos, que así se libra de los límites de la Ley d´Hondt y consigue más
escaños con los que disputar la supremacía de la izquierda en el Parlamento.
Esta coalición es lo único nuevo de estas elecciones, la única variación, ya
buscada pero no conseguida en otro momento, de un relato electoral
reiterativo.
Con ello Podemos demuestra que sabe jugar sus bazas sin
atenerse a ninguna regla. Puede acusar al PSOE de tener las manos manchadas de
cal viva y a continuación considerarlo un socio imprescindible para sus ambiciones
de gobierno. Puede pasar de denostar como casta trasnochada a los comunistas a
integrarlos en sus filas por cálculos electoralistas. Puede pasar de abjurar el
militarismo a incorporar a un exjefe del Alto Estado Mayor entre sus
candidaturas electorales. Puede pasar de la transversalidad a abrazar al viejo
esquema de izquierda-derecha, en el que aspira ser referente de toda la
izquierda. Puede, en definitiva, modular su discurso y adaptarse a las
circunstancias según conveniencia, volviendo a manejar espectacularmente los
tiempos y los mensajes de sus apariciones en los medios de comunicación y las
redes sociales. Otra vez.
Hasta Ciudadanos, la marca moderna de la derecha, repite la
omnipresencia de su líder, Albert Rivera, hasta en la sopa de Venezuela y
prometiendo que, si de ellos dependiera, no habría problemas para formar futuro
Gobierno, pero sin Rajoy y sin los comunistas…, otra vez. Y otra vez vuelve a
situarse en la ambigüedad ideológica con la que asume los postulados de la
derecha en lo económico y de la izquierda en lo social. Reinciden en querer
convertirse en la bisagra que posibilita acuerdos con el PP o con el PSOE,
dependiendo de las componendas de cada lugar. Algo ya visto en Madrid y en
Andalucía, para tranquilidad de Susana Díaz y Cristina Cifuentes, respectivamente.
Pero es en los medios donde se manifiesta con mayor claridad
este dèja vú, ya que estos vuelven a
centrar su atención en unos actos de precampaña que saturan su contenido con
insinuaciones, opiniones y anécdotas y no con información relevante sobre lo
que de verdad preocupa a los ciudadanos: la economía, el paro, la sanidad, la
precariedad laboral, las pensiones, la educación, las becas, las ayudas a la
dependencia, etc. Vuelven a hacerse eco de unos sondeos de opinión que
benefician a la formación que los encarga y con los que se procura influir en
el electorado que aún no sabe a quien votar. Recuperan los medios una
elaboración de sus contenidos basada, en gran parte, en lo que les facilitan
los gabinetes de prensa de cada partido y los comités de campaña de cada
candidato, junto al anecdotario de cada jornada. De esta manera, el teatro de
la representación vuelve a repetirse de cara a las próximas elecciones de
junio, donde unos mismos candidatos, con parecidos lemas publicitarios,
repetirán cartel, mítines y ocurrencias para tratar de mantener y, si es
posible, aumentar el voto de unos ciudadanos amnésicos y acríticos, a los que
no les importa que le repitan la misma película una y otra vez. Como si un dèja vú los tuviera narcotizados.
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