G. Grass y E. Galeano |
Günter Grass y Eduardo Galeano aprovecharon esta
semana para escaparse al lugar que les corresponde en el Olimpo de los grandes
intérpretes literarios de su tiempo, hartos quizás de una época en la que los días
ilustrados se ven frecuentemente oscurecidos por las nubes más negras del
fanatismo, la intolerancia y la injusticia que ellos estaban cansados de
denunciar en sus páginas. Ni la historia de Óscar, relato épico sobre el
nazismo, ni el ensayo sobre el colonialismo económico que es causa de desigualdades en
los países subdesarrollados de Sudamérica, aliviarán la sensación de abandono
que la muerte de estos grandes escritores nos produce al dejarnos huérfanos de
referencias, tanto literarias como éticas.
Y para que la sensación de derrumbe sea absoluta, también enmudece esta semana la voz que nos facilitó apretujarnos, en los primeros escarceos de los guateques, al cuerpo deseado y esquivo de la muchacha a la que susurrábamos al oído las estrofas más tiernas de la canción por la que eternamente será recordado Percy Sledge: When a man loves a woman. Demasiadas pérdidas en una semana infausta.
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