Deambular, a veces, te sorprende con lo inesperado, con el arte al aire libre, sin más sostén que el talento puro, despojado de artificios y adornos más mercadotécnicos que artísticos. Un arte que se muestra desnudo, arropado con un mínimo acompañamiento para dar forma a la melodía, y concentrado en su ejecución, en la voz de una guitarra amplificada de un músico callejero tan ajeno a los viandantes como la insensibilidad de la mayoría de estos hacia él. Dos mundos distintos y extraños –el arte y la vida- que, en ocasiones, se entremezclan en medio de una acera para que un artista viva y para que la vida disfrute del arte. Acontece en cualquier rincón del mundo. En este caso, se llama Mariusz Goli y es de Polonia, pero en nuestras ciudades hay tantos Golis empeñados en que apreciemos su talento como notas fugitivas de un pentagrama flotando sobre las calles. Es cuestión de andar con los sentidos abiertos.
sábado, 4 de abril de 2015
Arte callejero
Deambular, a veces, te sorprende con lo inesperado, con el arte al aire libre, sin más sostén que el talento puro, despojado de artificios y adornos más mercadotécnicos que artísticos. Un arte que se muestra desnudo, arropado con un mínimo acompañamiento para dar forma a la melodía, y concentrado en su ejecución, en la voz de una guitarra amplificada de un músico callejero tan ajeno a los viandantes como la insensibilidad de la mayoría de estos hacia él. Dos mundos distintos y extraños –el arte y la vida- que, en ocasiones, se entremezclan en medio de una acera para que un artista viva y para que la vida disfrute del arte. Acontece en cualquier rincón del mundo. En este caso, se llama Mariusz Goli y es de Polonia, pero en nuestras ciudades hay tantos Golis empeñados en que apreciemos su talento como notas fugitivas de un pentagrama flotando sobre las calles. Es cuestión de andar con los sentidos abiertos.
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