Entre 2006 y 2008, este informático copió los nombres de más
de 100.000 clientes de la sucursal suiza del banco HSBC para denunciar ante las
autoridades helvéticas presuntas irregularidades cometidas por la entidad bancaria
que acababa de despedirlo. 2.694 de esos clientes eran españoles que acumulaban
en la caja fuerte del banco la nada despreciable cantidad de 1.700 millones de
euros. Las autoridades suizas deciden procesar al informático en vez de al
banco, por lo que éste huye a Francia y posteriormente a España, donde queda en
libertad después de pasar un tiempo en la cárcel. Y es Francia la que informa
en 2010 al Gobierno español de la relación de nacionales que consta en la
famosa lista y que motiva la carta de Hacienda antes citada, instándoles a
ponerse al día con sus impuestos.
En principio, cabe decir que no es delito tener una cuenta
en Suiza, siempre y cuando se declaren en España los bienes y derechos que se
tienen en el extranjero (cuentas y depósitos, valores y bienes inmuebles) y cuya
cuantía supere los 50.000 euros en cada uno de estos conceptos. Si es menor, no
se está obligado a declararlos. Aparte de la menor fiscalidad, las cuentas en
Suiza gozan de una absoluta confidencialidad. La ley suiza prohíbe no sólo
revelar el balance de una cuenta, sino también el nombre de sus titulares y los
movimientos o transacciones que se realizan con ella. Además, la evasión fiscal
no es delito penal en Suiza, sino civil, por lo que los bancos mantienen el
secreto bancario a menos que un juez suizo crea que se ha cometido un crimen de
especial gravedad.
Lo grave, por tanto, no es disponer de una cuenta en Suiza o
en cualesquiera paraísos fiscales del mundo, sino hacerlo para defraudar a la Hacienda pública y evadir
divisas. Lo intolerable es la doble vara de medir que mantienen estos
acaudalados para exigir en su país el sacrificio de los menos pudientes
mientras ellos ocultan sus fortunas en cuentas opacas al fisco para no tener
que contribuir a tales sacrificios. Muchos de los “ídolos” económicos,
empresariales, deportivos, políticos o artísticos que nos aconsejan apretarnos
el cinturón, trabajar más y ganar menos, renunciar a derechos y conquistas
sociales por el bien del país, y que nos desahucian la vivienda ante las
dificultades para hacer frente a las deudas, son los mismos que, en un alarde
de avaricia y egoísmo, trasladan sus ahorros al extranjero, incluso su
residencia, para evitar cotizar lo que legalmente deberían por sus rentas. Desde
el banquero fallecido Emilio Botín, que respondió a la invitación de la Agencia Tributaria
a regularizar sus “ahorros”, hasta empresarios del mundo editorial, como miembros
de la familia Luca de Tena, aristócratas del linaje de la de Prado y Colón de
Carvajal, empresarios de la construcción, como Alicia Koplowitz, e incluso
delincuentes pertenecientes a la trama Gürtel, como Correa y Bárcenas, o condenados
por montar una red de dopaje y atentar contra la salud pública, como el médico Eufemiano
Fuentes, son algunos de los integrantes españoles de la lista Falciani.
Y es que, en este país, no arraiga la conducta de pagar
impuestos como un deber social y un valor cívico, del que depende el bienestar
colectivo y el progreso de la comunidad. Quien paga es que no ha podido
evitarlo, porque se lo descuentan directamente de la nómina, y no halla
exenciones que reduzcan su aportación fiscal. Y quien puede y debe hacerlo, por
sus elevados rendimientos, busca subterfugios para contribuir lo menos posible
con Hacienda. A la hora de pagar, no nos acordamos de los servicios que
reclamamos, de los derechos que nos pertenecen y de las contrapartidas que recibimos
en forma de educación, sanidad, pensiones, becas, autovías, transportes públicos,
justicia, seguridad, etc. El propio sistema fiscal ofrece “facilidades” para
que los pudientes paguen mucho menos impuestos, en proporción a sus rentas, que
los trabajadores, mediante fórmulas como las SICAV, etc. No es de extrañar, por
tanto, nuestra condescendencia con el fraude fiscal y sus más conspicuos modelos.
Todavía aplaudimos a personajes que establecen su residencia en el extranjero, para
esquivar cotizar en su país, mientras alardean de un patriotismo hipócrita, por
insolidario, en sus manifestaciones y actuaciones profesionales. O soportamos
la desfachatez de quienes se autoproclaman padres de la patria mientras
depositan sus “herencias” y “ahorros” allende de nuestras fronteras, donde
sienten más seguras sus fortunas en vez de en el país que dicen construir y
amar.
Lo verdaderamente alarmante de la lista Falciani es la inmoralidad
que resalta en los que la integran, la sustancia de la que está hecha una parte
considerable de la élite de este país, incapaz de dar ejemplo de civismo y
honestidad, y proclive sólo a procurar su máximo beneficio y defender exclusivamente
sus privilegios a costa de la mayoría de la población. Esos son los “patriotas”
de Falciani, avariciosos sin escrúpulos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario