lunes, 24 de noviembre de 2014

La hora de Palestina


Justo cuando algunos que no lo han hecho en Europa y varios países de otros continentes parecían dispuestos a reconocer Palestina como un Estado más, soberano e independiente, resurge el terrorismo y vuelve a golpear a Israel. Toda una oleada de atentados se ceba sobre los israelíes para continuar con el juego macabro de la provocación y la muerte, que tan buenos dividendos brinda a los extremistas de uno y otro lado, a los “halcones” permanentemente dispuestos a dialogar con bombas, balas y fuego. Siempre que se acerca la paz, rebrota la violencia.

La última espiral sanguinaria se inició en junio pasado con el secuestro y asesinato de tres adolescentes judíos en Cisjordania, lo que provocó que, en venganza, varios israelíes quemaran vivo, un mes después, a otro joven palestino, al tiempo que el Ejército de Israel emprendía la enésima campaña militar en Gaza, que se salda con 2.000 palestinos y 70 israelíes muertos en el fragor ciego del combate, y la destrucción de la mayoría de los túneles que sirven de avituallamiento (de víveres y armas) a los habitantes de aquella franja árabe, al sortear bajo tierra la frontera del vecino Egipto.

Cumplidos los objetivos para debilitar a las facciones armadas palestinas que motivaron la Operación Margen Protector del Ejército de Israel, las escaramuzas y las provocaciones han continuado siendo la forma de relacionarse de ambas comunidades. Por un lado, un palestino atropella y mata a varios peatones en Jerusalén antes de ser abatido por la policía. Otro día, fuerzas israelíes matan por disparo a un palestino, dando lugar a fuertes disturbios en la Explanada de las Mezquitas. Luego, una serie de, al parecer, acciones individuales hace que dos conductores palestinos, sin aparente conexión entre sí, lancen sus vehículos contra las paradas del tranvía en Jerusalén, matando a cuatro ciudadanos y un bebé israelíes antes de ser abatidos por las fuerzas de seguridad. La tensión se mantiene con la agresión que posteriormente sufre un ultraderechista judío que exigía poder rezar en la Explanada de las Mezquitas, lo que obliga a la policía a matar al agresor. También mata a balazos a un palestino que blandía un cuchillo en otro incidente. Un soldado israelí es asesinado tras ser atacado por un palestino en una estación de tren y fallece una mujer judía acuchillada en Cisjordania por otro palestino. Los agresores fueron muertos por la policía. Esta espiral continúa con el ataque, con pistolas, porras y cuchillos, a una sinagoga en Jerusalén en la que caen asesinados cinco israelíes, antes de que los dos palestinos agresores fueran finalmente eliminados por las fuerzas de seguridad desplazadas al lugar de los hechos.

Ante esta violencia, la nación judía muestra su rabia contra los que asesinan a su gente y contra los que muestran equidistancia frente a un fenómeno que debe generar el rechazo más absoluto y contundente. Frente a estos hechos, nadie duda del derecho de Israel a perseguir y castigar a quienes atentan contra las vidas y bienes de sus ciudadanos, aunque también debería mover hacia una valoración, lo más fría y objetiva posible, lejos de la emotividad y pasión inmediatas, de los acontecimientos y las circunstancias que causan o favorecen de alguna manera esas reacciones desesperadas de venganza, odio, muerte y destrucción. Hay que analizar las semillas que hacen posible el terrorismo para evitar que germinen e invalidar de raíz cualquier excusa que pretenda justificarlo. Entre otras razones, porque está comprobado que sólo con la fuerza y las operaciones militares no se resuelve el problema ni se alcanza la deseada paz en la zona.

De ahí que la iniciativa surgida en los últimos meses por conseguir que se haga realidad el proyecto de un Estado propio palestino sea, en contra de lo temido por Israel, una vía necesaria e ineludible para conseguir la pacificación y la estabilidad en el Cercano Oriente. Suecia lideró en Europa esta vía al ser el primer país de la Unión Europea que reconoció oficialmente Palestina como Estado. Le siguieron Reino Unido e Irlanda, cuyos parlamentos aprobaron proposiciones no vinculantes al respecto pero que representan un fuerte carácter simbólico en esta dirección. Y ahora también lo hace España, donde el Congreso, casi por unanimidad, insta al Gobierno a reconocer el Estado palestino, con el apoyo de todos los grupos parlamentarios (319 votos a favor, una abstención y dos noes). Europa como institución se suma a ese respaldo con el apoyo de la nueva jefa de la diplomacia, Federica Mogherini, que asegura perseguir tal logro durante el mandato que ahora comienza.

Pero no es una vía de pacificación fácil ni rápida. A pesar de la progresiva aceptación de lo que debe ser una realidad en la que participan dos Estados obligados a entenderse y negociar su convivencia armónica en la región (Israel y Palestina), existen poderosas naciones occidentales que le niegan ese estatus a Palestina. Alemania, Holanda y Dinamarca son de las que, en la propia Europa, no reconocen esa posibilidad de existencia de Palestina como Estado. Y la más poderosa de todas en el mundo, EE UU, se alinea con la estrategia de Israel en contra de tal reconocimiento, aunque muestra reparos a los métodos intransigentes de las autoridades judías y a las ocupaciones de los territorios palestinos con colonias israelíes. Sin embargo, todas las partes, incluidos los renuentes al reconocimiento, abogan por la solución de los dos Estados. ¿Dónde surge, pues, la divergencia? En el cuándo reconocer la realidad estatal de Palestina.

Para unos, debe ser fruto de las negociaciones de paz; para otros, el inicio de esa negociación. Unos entienden que otorgarles el reconocimiento como Estado sería una acción unilateral que contraviene el espíritu de las negociaciones, pero otros están convencidos de que sólo desde la consideración como iguales podrían alcanzar la deseada paz entre ellos, al tiempo que se delimitan fronteras definitivamente, se aplican las resoluciones de la ONU y concluyen las ocupaciones territoriales por parte de Israel. Poco a poco, ante el fracaso de la vía militar o la fuerza, se va imponiendo la del mutuo reconocimiento y la negociación.

Pero cuando más cerca está la paz, resurge la violencia. Las bombas y el terror aparecen para cobrarse, en los prolegómenos de la paz, vidas humanas entre los bandos de un “conflicto” que lleva cerca de cien años en permanente estado de guerra. La única manera de parar esta dinámica infernal es evitar que los violentos determinen y boicoteen con sus acciones las iniciativas de esperanza entre dos sujetos estatales dispuestos a entenderse y convivir en paz. Por eso, el reconocimiento de Palestina no es el final de la paz, sino el principio de ella. Toda la espiral de violencia descrita anteriormente obliga a ello, a buscar la paz desesperadamente, incluso con la generosidad del reconocimiento de la realidad como Estado de Palestina. No sería una concesión, sino una conquista que evitaría más derramamiento de sangre en una tierra bañada de ella. Porque ya es hora de la paz, es la hora de Palestina.

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