Nadie, ni personal ni moralmente, impide al presidente de
Extremadura visitar a quien desee y le satisfaga, siempre y cuando sepa
distinguir entre asuntos privados y públicos, incluso en horas laborales,
porque para algo tiene dedicación exclusiva. Sin embargo, cargar en la tarjeta
del Senado los gastos de sus escapadas a las Islas Afortunadas como si fuesen
asuntos institucionales, es de mala cabeza, comprensible por el ofuscamiento sentimental
pero imperdonable desde la ética de la gestión pública. Y ahí es donde llueve
sobre mojado, ya que si de lo que están hartos los españoles, no es de bajas
pasiones, sino de que hasta los monaguillos sisen del cepillo.
Un partido que tiene a todos sus tesoreros cuestionados y
algunos de ellos imputados por diversos delitos fiscales, un partido del que
todo el mundo, menos su presidente, sabía que mantenía una financiación ilegal
y distribuía sobres para remunerar de forma extraordinaria a sus cuadros
dirigentes, un partido que alimenta tramas corruptas allí donde gobierna y
mantiene puertas giratorias por las que transitan sus líderes para acceder al
sector privado cuando abandonan la poltrona, un partido que no puede meter en
la cárcel, como arguye su secretaria general, a sus delincuentes condenados,
pero los saca en un santiamén, en definitiva, un partido podrido por la
corrupción, como el Partido Popular, lo que menos le conviene ahora, para
colmo, es un lío de faldas con cargo al erario público. Y esa es la guinda
escandalosa que ha proporcionado José Antonio Monago, presidente de la Junta de Extremadura.
El dispendio y el saqueo del dinero de los contribuyentes no
distingue ya de cuantificaciones, sino de decencia. Es indecente robar mil
millones por la cara como 30.000 euros por placer. En estas profundidades del
lodazal en el que nos ha hundido la falta de decencia en la “cosa pública”, no
se admiten ya ni perdones ni arrepentimientos a moco tendido. Lo único que
exige la gente a la que obligan pagar todas esas “facturas” de los indecentes y
los manirrotos es la devolución de lo escamoteado, el castigo de los culpables
y recobrar el respeto y la virtud en la administración de lo que es de todos,
con más rigor que si fuera propio.
Y si el monaguillo engaña a la iglesia, que no corra a
cuenta de los feligreses, sino que la diócesis lo expulse y le haga devolver lo
rapiñado en las obras de caridad, para que el cura pueda seguir dispensándolas.
Monago ha pecado como un monaguillo y ha de ser castigado porque la parroquia
ya no tolera más escándalos, ni mortales ni veniales.
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