lunes, 17 de noviembre de 2014
Baeza
Antes de que las nieves cubran la serranía y los
vientos helados barran los pueblos de las laderas y los valles por donde culebrea
el Guadalquivir, una visita a Baeza, esa Cáceres
andaluza que castellaniza en piedras su tranquila faz urbana, es una iniciativa
aconsejada. Merece perderse por los cerros de Úbeda para extasiarse con ese mar
de olivos que ocupa todo el paisaje hasta donde la montaña impide el cultivo de
un árbol milenario que es fuente imprescindible de riqueza y cultura. Contemplar
la humilde y austera aula en la que impartió clases el alma de un poeta
universal que sólo hablaba al hombre que va consigo y perderse por callejas
empedradas alrededor de la
Catedral , ya convierten el viaje a Baeza en una experiencia
sumamente satisfactoria. Y degustar su aceite, con el que elaboran toda una rica
gastronomía, y asomarse al mirador de la Muralla para empequeñecerse ante la portentosa
silueta de las Sierras de Cazorla y Mágina, es algo que una vez en la vida, al
menos, todo andaluz, en particular, y todo español, en general, debería hacer
para agrandar el horizonte de su existencia y apreciar los rincones paradisíacos
de su tierra. Baeza y Úbeda ocuparon las horas de un inolvidable fin de semana
que rompe la monotonía y expande el espíritu.
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