Nada en esta misión ha sido fácil. El viaje ha durado 10
años desde que Rosetta fuera lanzada al espacio el 2 de marzo de 2004, describiendo
órbitas elípticas que le han permitido aprovechar los campos gravitatorios de la Tierra y Marte para
impulsarse hacia el encuentro con el cometa 57P/Chrryumov-Gerasimenjo,
de tan sólo 5 por 3 kilómetros
de diámetro, es decir, una mota de polvo en el Universo.
Un cuerpo sideral tan pequeño apenas tiene gravedad, por lo
que el módulo Philae, si consigue
aterrizar sin novedad, deberá clavar dos arpones en la superficie del cometa,
como sendos aguijones, para anclarse y evitar salir rebotado otra vez hacia el
espacio. Una vez “sujeto” al peñasco espacial, el módulo obtendrá por primera
vez en la historia imágenes “in situ” de un cometa e iniciará los estudios que
tiene encomendados sobre la composición geológica del terreno, análisis de polvo y plasma
y medición del campo magnético, entre otros. Está previsto que el artefacto
permanezca, al menos, una semana en plena actividad, transmitiendo a la Tierra los datos que
obtengan los diferentes instrumentos de que dispone, a través de una compleja configuración de comunicaciones entre el módulo, la nave y el centro de control en la Tierra. En el proyecto de ESA, con un coste aproximado de 1.400 millones de euros, han participado compañías de 14 países europeos y grupos científicos españoles.
El interés de la misión estriba en conocer la composición de
un cuerpo que pasa la mayor parte de su vida congelado, lo que hace suponer que
se conserva tal como se formó hace millones de años, sin apenas alteración, permitiendo
así conocer los materiales originales con los que se “construyó” nuestro
sistema planetario. Para entenderlo mejor gracias a un símil: se estudiará el
ladrillo con el que está construido el edificio cósmico en el que habitamos una
de las viviendas. Además, el módulo permitirá detectar los cambios que se
producen en un cometa debido al incremento de la radiación solar en su acercamiento
al Sol, cual es la emisión de gases que se produce cuando el aumento de la
temperatura hace que se evapore parte del hielo presente en su composición y
se escapen los gases atrapados en su interior, formando la característica cola. Incluso puede aportar datos
interesantes que avalen la teoría de que la vida, en su forma más primitiva e
inorgánica, provino a bordo de estos cuerpos caídos en la Tierra , hace millones de
años.
De ahí las enormes expectativas que depara el aterrizaje que
hoy debe producirse sobre ese minúsculo cometa que vaga solitario por el
espacio, un desafío acorde a la ambición científica que lo motiva y a la
audacia tecnológica que lo hace posible. Como aquella milagrosa piedra que
permitió descifrar los jeroglíficos de la antigüedad, la nave homónima puede
ayudar a comprender y conocer algo mejor los misterios que aún encierra
nuestro Sistema Solar. Nada hay más fascinante que la ciencia explorando lo ignoto,
dedicar el raciocinio al servicio de la Humanidad para elevar el conocimiento que tenemos
de nosotros mismos y de nuestro entorno. Hay que felicitarse porque todavía
miremos y busquemos las estrellas en busca de respuestas.
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