Hoy se celebra el Día Mundial del Donante de Sangre. Como todas estas efemérides, lo que determina la existencia de un día así es la carencia de una conciencia plena entre la población sobre la necesidad de contribuir individualmente con la satisfacción de las demandas de sangre de toda la sociedad. Es decir, se celebra este día porque todavía no hay donantes suficientes para atender el consumo que la medicina hace de la sangre como un producto de uso cotidiano y masivo en los hospitales.
Aun existen miedos e infundíos acerca de la donación de
sangre. También mucha ignorancia. Todos estos obstáculos que impiden la
generalización de una conducta favorable a la donación, basada en un
conocimiento cabal del asunto, han de
ser removidos por las autoridades sanitarias y los poderes públicos. Hace
falta, no un Día de la
Donación de Sangre, sino muchas campañas de divulgación y
educación acerca de la imprescindible participación social en la solución de
este problema. Un problema que está generado por la procedencia exclusivamente
humana de la sangre. Aunque no lo
parezca, una parte considerable de la población cree que la sangre se consigue
con la misma facilidad que se adquiere cualquier medicamento: es sólo cuestión
de dinero para comprarlo.
Otros piensan que la extracción de sangre les perjudicará o
que se abusará de ellos para conseguir mayor cantidad. Hay incluso quien teme
ser contagiado de alguna enfermedad por el hecho de donar. Todos estos recelos
nacen del desconocimiento sobre lo que en realidad es la donación de sangre. Y
se hace poco para desterrar una desinformación que está muy extendida entre capas
amplias de la ciudadanía. Aún así, hay
un número importante, pero minoritario, de personas que donan sangre de forma
más o menos regular. Sobre ellos descansa el abastecimiento de una sustancia
biológica de la que disfruta, en caso de necesitarla, la sociedad en su
conjunto. Y resulta de justicia que, al menos como gratitud, se conmemore un
día en honor de los donantes. Pero es insuficiente.
Hay que asumir de raíz la solución de este problema. Los
responsables sanitarios en nuestro país consideran erróneamente que ya han
adoptado las medidas oportunas para abordarlo con la creación de los centros de
transfusión. Sin embargo, aunque estos centros supusieron un importante avance
en la profesionalización de la donación respecto a las antiguas hermandades de
donantes, apenas disponen de recursos para la concienciación ciudadana. Más que
promoción lo que hacen es gestión de colectas, muchas de las cuales siguen
dependiendo de unos colaboradores voluntarios procedentes de las antiguas
hermandades. Y en esta época de recortes y ajustes presupuestarios, la situación
se agrava porque los administradores tienden a eliminar gastos en divulgación y
publicidad antes que de la partida de reactivos
u otro material de laboratorio.
Pero, sin gente dispuesta a donar, no hay sangre. E instalar
la voluntad y el convencimiento de la donación en las personas requiere de una
concienciación previa, constante y extensa. Requiere campañas de información y programas
de educación que expliquen sobre todo a los más jóvenes la conveniencia de la
donación como un hábito arraigado en nuestras conductas. En aquellos lugares o
en los colectivos que así lo han asimilado es donde no se produce la terrible
experiencia de la escasez de sangre. Han solucionado este problema de la única
manera posible, adquiriendo la costumbre de donar de forma periódica.
Por ello, mientras nos limitemos a conmemorar un Día del
Donante, la sangre seguirá siendo un bien escaso que obligará a realizar
llamamientos angustiosos para contrarrestar esos períodos, como este del
verano, en que las neveras de los hospitales no dispondrán de las reservas
necesarias para afrontar todas las indicaciones transfusionales que puedan
presentarse. Un riesgo innecesario con el que nos jugamos la vida a la ruleta
rusa: a ver a quién le toca. Es triste aguardar a sufrir una experiencia de
esta naturaleza para valorar la importancia de la donación, cuando con información
y campañas divulgativas podría lograrse el convencimiento de la gente.
Está muy bien celebrar el Día del Donante, pero confío que
el interés de las autoridades sanitarias no se limite a dar diplomas y medallas
a los que ya están convencidos de donar, sino que de verdad inviertan en la única
manera de concienciar a la población acerca de la perentoriedad de la donación:
fomentándola como un valor que se adquiere a través de la educación y la
información clara, precisa y veraz, no con simples campañas esporádicas de autobombo
que resultan invisibles a los ajenos a la donación, precisamente el ingente
grupo de personas a los que nos deberíamos dirigir para conseguir su
participación.
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