>Mi nombre me identifica, pero no me define. Más bien me singulariza e intenta limitarme a un cliché semántico que comparten listos y tontos, feos y guapos, ancianos y niños, incluso hombres y mujeres. Un nombre no expresa lo que soy, apenas me esboza.
>El sentimiento religioso surge de la orfandad del
ser humano en el mundo. El hombre, que rehúye dejarse guiar por los instintos
como los demás animales, se siente ajeno a la naturaleza. Por eso, la religión
-toda religión- escarba y fomenta el infantilismo psíquico del ser humano -como
apuntaba Freud- que añora la figura de un padre protector. Y crea el delirio
colectivo de Dios, un chupete que consuela nuestra angustia existencial.
>El ser humano es egoísta, agresivo y antisocial
por naturaleza. Sólo la cultura, con su capacidad coercitiva de los instintos, ha
conseguido que el hombre sea un ser moral y social. Ha logrado domesticar al
animal que llevamos dentro.
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