En esta partida endemoniada, Rusia tampoco se libra de las
consecuencias de ser un actor protagonista en el escenario internacional y, al
igual que Londres, Madrid, Nueva York, París, Bruselas y cualquier otro lugar
aleatorio, se convierte en diana de la respuesta desesperada de unos radicales
que la emprenden con bombas allá donde y cuando pueden. He escrito radicales y
no islamistas porque radicales hay de muchas tendencias y todas se distinguen
por el fanatismo asesino de sus actos. Y como es imposible poner un policía
detrás de cada ciudadano, estos “lobos solitarios” tienen fácil colocar un
artefacto explosivo en cualquier lugar público atiborrado de transeúntes para
provocar una tragedia. O lanzarse con un camión contra las personas para
atropellar al máximo número posible de ellas. El fanatismo lunático no se para
en cuestiones morales ni ante víctimas inocentes. Luchan contra todos porque
todos somos considerados verdugos e infieles que les impiden, en nuestros
países, con nuestros estilos de vida y con nuestra cultura, alcanzar sus
objetivos, sean estos religiosos, económicos o políticos. San Petersburgo ha
sido el último botón de muestra de esta guerra sin cuartel del terrorismo
mundial, por muchas bombas que Rusia ayude a tirar en Siria, en Chechenia o en
Ucrania. Lo malo es que, tras la etapa multilateral y dialogante de Obama, el
nuevo inquilino de la Casa
Blanca , el del flequillo imposible y la corbata desmesurada, está
impaciente por intervenir con más contundencia en este avispero del yihadismo,
siguiendo los consejos de su asesor más extremista e islamófobo, Steve Bannon. Se
auguran, por tanto, nuevos estallidos de intransigencia mortal en cualquier
lugar del mundo.
Pero radicales obsesionados con poseer la verdad absoluta
los tenemos también en casa y no se apean de sus creencias, aunque estas hayan
sido rebatidas por la realidad y sancionadas y condenadas por los tribunales de
justicia. Tanto es así que todavía el expresidente José María Aznar mantiene
que su apoyo incondicional y entusiasta a la guerra de Irak fue un acto de
patriotismo y un alineamiento con los aliados de nuestros “valores”, como
Estados Unidos, Portugal y Reino Unido. Dice sentirse orgulloso de la “foto de
las Azores”, en la que comparte encuadre con los líderes de estos países antes
de embarcar a nuestro país en un conflicto declarado ilegal por esa ONU a la
que Rusia impide hoy actuar. En una reciente entrevista informal y dicharachera
de televisión, emitida durante esta semana infame, nuestro inefable líder del
conservadurismo más rancio afirma entre fogones que repetiría aquella foto
cuantas veces fuera preciso, sin someterla a la más mínima reflexión crítica ni
condicionarla a ninguna precisión histórica, negándose incluso a reconocer que
las repercusiones de su obsesión y las mentiras propaladas para encubrirlas nos
trajeron unos niveles de violencia jamás conocidos en España, donde ETA campaba
por sus fueros mediante tiro en la nuca y coche bomba durante décadas. Es lo
que tienen los fanatismos de cualquier pelaje: son sumamente peligrosos y sus
consecuencias las pagan inocentes que nada tienen que ver con ellos. Encima,
hay que reírles la gracia por saber cortar un tomate o conducirnos a una
guerra.
No se inmutan por nada. Precisamente este líder y cofundador
de un partido carcomido por la corrupción acaba de ver cómo otro de sus amados dirigentes,
siguiendo la estela de Matas, Camps, Fabra, Barberá, Granados, Bárcenas y
muchos otros, Pedro Antonio Sánchez, presidente de Murcia, se ha visto forzado a
dimitir al estar imputado en varias causas penales y perder, por ello, los
apoyos necesarios para afrontar con éxito una moción de censura presentada por
los socialistas en el Parlamento regional. La lista no termina de crecer. No se
sabe cuántos casos de corrupción puede soportar el Partido Popular hasta verse
severamente castigado por los ciudadanos y dejar de ser el partido más votado
de España. Parece que su aguante es infinito, gracias a lo cual sigue
gobernando. Todos sus tesoreros en democracia han sido cuestionados por la Justicia , el partido como
tal ha sido el primero y único que está siendo investigado por financiación
irregular, su actual presidente y presidente, al mismo tiempo, del Gobierno
figura en papeles comprometedores de una Caja B ilegal que llevó a la policía a
registrar la sede nacional, muchos de sus líderes regionales, como los citados
anteriormente, han sido pillados y condenados por corrupción mientras estaban
en el poder, hasta la boda “imperial” de la hija del mismísimo Aznar estuvo arropada
por los personajes más siniestros de la mayor trama de corrupción que ha
asolado este país, y toda la demás podredumbre que exuda esa formación no ha
resultado suficiente para que pierda la confianza de los que consideran al
Partido Popular como la derecha que conviene a España, con su intransigencia
política y su ideología retrógrada, capaz de hacernos comulgar con la religión
en las escuelas y derramar su conmiseración con los restos del franquismo, al que
no condena, pero inmisericorde con sus víctimas, a las que continuamente tilda
de actuar por venganza. Por eso se niega a desenterrarlas de cunetas y fosas
comunes y de impulsar una reconciliación que restablezca la dignidad de tantos
inocentes vencidos y humillados, aunque no olvidados. Ese es el partido que nos gobierna y del que
surgen líderes como el engreído Aznar, el que hablaba catalán en la intimidad y
con acento tejano ante sus ídolos, insobornables en su iniquidad.
Es el mismo partido que sostiene a un Gobierno que, viéndose
en esta coyuntura con minoría parlamentaria, presenta unos Presupuestos Generales
del Estado en el que todas sus partidas se reducen en distintos porcentajes, excepto
las de Defensa, justo las que Trump ha exigido incrementar. Y como disciplinados
subordinados, alineados con nuestros aliados como Aznar recomendaba, nos
disponemos a gastar más en lo militar y menos en parados, sanidad, educación y
pensiones. Es lo que dicta el mercado, estúpido ignorante, y la alta política,
esa que se cuece en las alturas entre los grandes estadistas del mundo mundial que
gestionan nuestras miserias. El ministro del ramo, Cristóbal Montoro, el que
diseña amnistías fiscales para evasores y otros delincuentes, presume de
elaborar los presupuestos más sociales de los últimos años. Obvia concretar que
se refiere a los años en que nos empobrecieron hasta lo indecible y
profundizaron las desigualdades existentes en nuestra sociedad. Comparados con
aquellos recortes salvajes y ajustes inhumanos que podaron hasta casi eliminar
toda inversión social y desmontaron lo que se conoce como Estado de Bienestar,
cualquier euro escaso dedicado a pagar una pensión puede considerarse todo un
triunfo presupuestario, aun cuando las pensiones continúan cada año perdiendo
poder adquisitivo, siguen disminuyendo las prestaciones por desempleo, las
becas son insuficientes en número y cuantía, las ayudas a la dependencia no
alcanzan sus objetivos, los empleados públicos no recuperan ni plantillas ni
salarios o la inversión en infraestructuras sigue congelada salvo alguna
excepción sujeta a negociación política. Es evidente que se nota la
recuperación económica de la que se ufana el Gobierno en cualquier declaración,
pero la notan las cifras macroeconómicas y los acaudalados, esas elites
financieras, políticas y empresariales que siguen recomendando austeridad a los
trabajadores mientras ellas incrementan sus beneficios en dos dígitos.
Y es que esta primera semana de abril ha sido descarnada en
mostrarnos lo mejor de nosotros mismos, como esa libertad que disfrutamos y que
permite condenar a una tuitera de Murcia por publicar unos chistes supuestamente
ofensivos sobre un ogro de la dictadura que fue asesinado hace años por ETA,
desbaratando así los planes de Franco de dejar atado y bien atado la
prolongación de su régimen con un delfín igual de sanguinario. El verdugo del
pueblo y victima del terrorismo merece una mayor y más cualificada protección por
la ley que el derecho a la libertad de opinión reconocida en la Constitución.
Y si esto sucede sólo durante la primera semana de abril, no
quiero ni pensar lo que nos deparará hasta que concluya la primavera. ¡Miedo y
sarpullidos me da!
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