Hoy, un cuarto de siglo más tarde, cuesta imaginar cómo era
aquella Andalucía paleta y retrasada, maltratada por comunicaciones tan
deficientes que hacían que se tardase más en llegar a Almería que a Madrid desde
Sevilla, tanto en tren como en avión o automóvil. O que la capital de la región
viviese de espaldas al gran río de la Comunidad , el Guadalquivir, al que sólo tres
puentes permitían cruzarlo de una orilla a otra, contando entre ellos el
taponamiento de tierra de Chapina, única salida hacia Huelva y Extremadura por
carretera y ferrocarril. La transformación de la fisonomía urbana de Sevilla y
la modernización de las infraestructuras de Andalucía constituyen, a vista de
hoy, un hecho histórico, cuyo mérito hay que reconocer al Gobierno socialista y
a las distintas administraciones de la época, que supieron adherirse y
respaldar la iniciativa innovadora del Ejecutivo de Felipe González. Y es
histórico, no como exageración laudatoria, sino porque ya figura en los libros
de Historia aquel esfuerzo inversor, contrario a las demandas de las regiones
ricas del Norte, por sacar “al Sur de su tradicional aislacionismo y dar
esperanza a la mayor bolsa de pobreza del país”, como recoge Fernando García de
Cortázar y José Manuel González Vesga en su Breve
Historia de España (Alianza Editorial).
Los sevillanos, al principio desconfiados e incrédulos hasta
que se derribó el muro de la calle Torneo y se vislumbró lo que se construía al
otro lado del río, en los terrenos baldíos donde se ubicaba la antigua fábrica
de loza y porcelana de Pickman, levantada con sus chimeneas en forma de botella
sobre los restos del viejo monasterio de la Orden de los Cartujos, se toparon de repente con
el futuro y el refulgir del progreso. Descubrieron que la ciudad disponía de
nueve nuevos puentes sobre el río; una estación flamante que ponía Madrid a dos
horas y media en tren de alta velocidad, el primero que se construyó en España;
que dos nuevas autovías, la A-92 ,
que cruza la región de Este a Oeste, y la A-5 , que desdobló la antigua carretera nacional a
Madrid, constituían ejes de comunicación más seguros y eficientes para vertebrar
la comunidad y posibilitar su desarrollo; que un anillo de circunvalación daba
fluidez al tráfico y evitaba atravesar la ciudad; que un aeropuerto ampliado y remozado,
bajo la dirección de Rafael Moneo, daba la bienvenida a los viajeros con una
imagen moderna; y que en el recinto de la Expo , en la Isla de la Cartuja , se levantaron 98 pabellones que
albergaron la participación de 108 países, 23 organizaciones internacionales,
17 comunidades autónomas y otros muchos de empresas privadas, como Kodak, Ranx Xerox,
Fujitsu o Siemens, entre otras.
Sevilla fue transformada radicalmente para convertirse en el
centro del mundo mientras duró aquel acontecimiento internacional, acogiendo la
visita de reyes, príncipes, jefes de Estado y de Gobierno, políticos, artistas,
personalidades de la cultura y más de 40 millones de visitantes que se
sintieron atraídos por esa demostración de ingeniería, espectáculo y vanguardia
concentrada en las 215
hectáreas de la
Isla de la
Cartuja , un espacio que ni siquiera era una isla propiamente
dicha, sino una lengua de tierra delimitada por el cauce del río, por un lado,
y su dársena, por el otro.
¿Qué ha pasado con aquel futuro tan prometedor con el que
soñaron Sevilla y Andalucía durante el medio año que duró la Expo ? El legado de la Exposición nadie lo
discute, aunque para algunos el balance es negativo y, para otros, positivo. El
futuro se hizo presente en una red de comunicaciones mejoradas, en nuevas
avenidas y rondas urbanas que cambiaron la red viaria radicalmente, en el soterramiento
de las vías ferroviarias que partían por la mitad a la capital hispalense, en
un puerto con nuevos muelles que facilitaron el acceso de embarcaciones hasta la Cartuja , y, sobre todo, el
futuro se materializó en el Parque Tecnológico Cartuja 93, donde 423 empresas y
entidades diversas, que dan trabajo a más de 16.000 personas, supieron
aprovechar la inversión en tecnología y equipamientos que dejó la Expo en aquel recinto ya
anexionado a la ciudad como un barrio más de ella. Junto a las empresas, algunas
de ellas punteras en tecnología e investigación, se sumó la universidad con el
traslado de algunos de sus centros educativos, como la Escuela Superior de Ingeniería,
la facultad de Comunicación y el Centro de Ceade, para estar cerca de donde se
transforma el conocimiento en resultados concretos y rentables. También un
parque temático, Isla Mágica, abierto gran parte del año, ha quedado como
herencia lúdica de aquel sueño de hace cinco lustros.
Con todo, Andalucía sigue sin alcanzar el nivel
socioeconómico de las comunidades más desarrolladas de España y continúa
encabezando el ránking de desempleados en el país. Es decir, a pesar del
empujón y las inversiones que propició la organización de la Expo del 92, ello no fue
suficiente para catapultar la región hacia los estándares de desarrollo,
trabajo y riqueza que disfrutan otras regiones más ricas y avanzadas de España.
Sin embargo, cuenta con más posibilidades, gracias a la modernización de sus
infraestructuras, y dispone de las mismas oportunidades para avanzar y
conseguir esa meta de pleno empleo y bienestar que sigue persiguiendo Andalucía,
haciendo aun más encomiable y justificada aquella apuesta histórica de Felipe
González por sacar del vagón de cola a esta comunidad, condenada hasta entonces
a ser mano de obra barata, con o sin cualificación, para las demás y fuente de
materias primas que enriquecen a quienes obtienen un valor añadido de
las mismas.
Si antes de la
Expo soñar el futuro era una quimera, después de ella es un
objetivo asequible con sólo esforzarse en alcanzarlo. Ese cambio de mentalidad,
y la disposición de más recursos, es el mayor legado de la Exposición Universal
de 1992, incluso sin ser el centro del mundo.
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