Tal alarde público de apología del fascismo franquista es inconcebible,
por ejemplo, en Alemania, donde se persigue y se condena toda exhibición apologética
del régimen nazi. En España, esos fanáticos “ultras” de extrema derecha están
instalados cómodamente en el Partido Popular e impiden que éste suscriba en el
Parlamento una condena explícita de la dictadura del general Francisco Franco, otorgue
un reconocimiento moral a las víctimas del franquismo, dé amparo legal y
financiero al descubrimiento de las fosas comunes, colabore de buena gana con
la ley de Memoria Histórica para eliminar signos (placas, estatuas, nombres de
calles) que continúan exaltando a los sublevados que iniciaron una Guerra Civil
e, incluso, que no suprima la asignatura de religión –católica, faltaría más- del
currículo escolar, así como ritos de esta confesión en actos y funerales de
Estado, algo impropio de un Estado constitucionalmente aconfesional. Todo ello
son rémoras de un pasado indigno que aún permanece en la mentalidad e ideología
del Partido Popular. Pero también la consideración de que España es su “finca”
particular, casi por designación divina más que como botín de guerra.
Pues bien, este partido que congrega a la derecha española
más rancia, cuyos dirigentes creen que representa a la España de bien, que consideran
que sus políticas son las que convienen al país porque son las únicas posibles al
aplicar el sentido común del mercado, y que piensan, totalmente convencidos, de
poseer las claves para que España “funcione” como Dios manda, es el partido que
tiene sus estructuras carcomidas por la corrupción e irregularidades de todo
tipo. Es la formación que tiene el triste honor de generar el mayor número de
saqueadores de dinero público, de evasores de capitales a paraísos fiscales y
de delincuentes que hacen lo imposible, es decir, lo ilegal, por apropiarse de
lo ajeno y, de paso, eludir pagar impuestos –ya que para eso se autoconceden la
correspondiente amnistía fiscal- y quedar, encima, como genios de las finanzas.
Para ello se valen de su paso por las instituciones públicas y de una actuación
clientelar, con ese entramado de relaciones y favores elaborado en beneficio
del enriquecimiento personal y la financiación ilegal de la organización, no
por amor a las siglas –sean charranes o gaviotas, tanto da- sino por ser indispensable
para afrontar las campañas de imagen y electorales que les conducen al poder.
No es de extrañar, por tanto, que el Partido Popular sea el
único partido político de España investigado por la Justicia por supuesta
financiación ilegal y el que tiene a todos sus extesoreros bajo sospecha o investigados
de múltiples manejos nada respetuosos con una contabilidad honrada y
transparente. Y que sea, por esa sostenida actitud pasiva ante estos hechos
salvo presión política o judicial, el partido en el que han aflorado las
mayores tramas de corrupción jamás conocidas en un país que desgraciadamente
asiste a chanchullos y “conchabaches” extendidos por todo el espectro político
y a todos los niveles de la Administración. Y , como remate, el único partido,
hasta la fecha, que verá a la figura del presidente del Gobierno, presidente, a
su vez, de la formación, acudir a los tribunales a prestar declaración como
testigo por la existencia de una contabilidad “b” descubierta de manera
manifiesta en su organización. ¡Un presidente de Gobierno en ejercicio
testificando ante un juez de instrucción! Sólo por esta última eventualidad, en
cualquier otro lugar donde brille la decencia, el político en cuestión hubiera
puesto su cargo a disposición del Parlamento, incluso si se descubre que ha copiado en un examen durante su época universitaria.
Sin embargo, en España el Partido Popular sigue pretendiendo
que se crea que todos los casos de corrupción que han germinado en su interior
son hechos aislados y obra de individuos concretos que han abusado de la
confianza en ellos depositada. Nadie, salvo los que intentan minimizarla y
ocultarla, duda de que la corrupción que aqueja al Partido Popular y a las
instituciones donde gobierna es de tal magnitud e intensidad que se ha
convertido en sistémica, en una característica patognomónica de su estructura y
funcionamiento. Por donde ellos pasan dejan inevitablemente un reguero de
corrupción, ya que el funcionamiento ordinario de su organización política se sustenta
en la corrupción y las irregularidades. Ello no es un fenómeno reciente sino
que viene de antiguo, desde que se percataron que en democracia podían ser
desalojados del poder en el momento más inesperado e inoportuno. Desde
entonces, intentan por todos los medios -legales, alegales e ilegales- poner
las instituciones a su servicio y utilizar el dinero público para urdir una tupida
red de intereses a su favor con grandes empresarios, mundo de la banca y
finanzas, medios de comunicación, judicatura y cualquier sector que les pueda
servir para seguir ganando elecciones, controlar la caja de los caudales
públicos e imponer su modelo sectario de sociedad. Pero, sobre todo,
enriquecerse aún más de lo que ya están. El Partido Popular está cubierto de
corrupción hasta las trancas porque actuaba confiado en una impunidad que creía
tener asegurada con esos “amigos” ubicados en puestos clave, como la Fiscalía , el Poder
Judicial y otras instituciones del Estado.
Ya no se trata de cuatro “mangantes” cogidos con las manos
sucias por la corrupción, sino de una verdadera estructura criminal que afecta
al conjunto del partido y a gran parte de sus dirigentes. Una proliferación de
escándalos y casos de corrupción que evidencian, en su conjunto, la extensión y
gravedad de la lacra que corroe al partido. Ya no es sólo Bárcenas, Fabra,
Matas, Rato, Barberá, Granados o González, ni siquiera la trama Gürtel, Púnica
o Lezo, por citar las más recientes, sino ese descaro con el que unos
personajes practicaban el mafioso arte de cobrar comisiones a cambio de
contrataciones de obra pública o pagar sobrecostes para engordar sus cuentas
corrientes particulares y financiar ilegalmente al partido, mientras
simultáneamente privatizaban empresas públicas o reducían prestaciones
sociales. Algo que todos sabían, todos hacían y algunos han sido sorprendidos
por la justicia gracias a jueces estoicos ante las presiones y las campañas
difamatorias, a policías ajenos a las directrices políticas y a fiscales que
desoyen las órdenes del fiscal anticorrupción o las instrucciones del Fiscal
General del Estado.
Tan confiados se sentían en el Partido Popular y en el
Gobierno que continúan mandando mensajes telefónicos, como aquel de Rajoy a
Bárcenas, ahora del ministro de Justicia a Ignacio González, expresidente de la Comunidad de Madrid con
domicilio en la cárcel de Soto del Real, o la entrevista concedida por el
Secretario de Estado de Seguridad al hermano de aquel, justo el día antes de
que ambos fueran detenidos, en claro desprecio a la dignidad de las
instituciones y a la actuación imparcial de la Justicia. Ese desprecio a la
legalidad, la honradez y a las instituciones donde gobiernan, que deberían
estar al servicio de los ciudadanos y no a “su” servicio, es el mayor daño que
los corruptos perpetran a nuestro sistema de convivencia, a la democracia.
Creían que la “finca” era de su propiedad y tenían derecho a beneficiarse de
ella. Estaban hasta las trancas de corrupción y ya no pueden evitar que el país
entero se tape la nariz por el hedor que
expelen. Ni pueden, como intento de justificación, acusar a otros de “más de lo mismo”. Ha
llegado la hora de limpiarse y de asumir responsabilidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario