Y es que la convulsión que se expande por la cuenca del
mediterráneo y Oriente Próximo desencadena un nuevo episodio de agitación con
la intentona golpista de Turquía, que es aprovechada por el actual mandatario
para hacer “limpieza” en su país y depurar de sospechosos que lo cuestionan y
disienten de su gobierno el ejército, la administración e, incluso, él ámbito
civil. Miles de militares, policías, profesores y periodistas, entre otros
colectivos, han sido expulsados sin contemplaciones de su trabajo y muchos de
ellos acusados de complicidad con los sediciosos. Nunca una intentona golpista
había sido tan beneficiosa y útil para afianzar al inquilino del poder.
Mientras tanto, en España, el Gobierno en funciones sigue a lo suyo: en función
de que Rajoy le dé por convocar alguna negociación seria con la que pactar
apoyos a su investidura. Pero nadie desea su compañía. ¿Por qué será? Entre
masacres, golpes de estado e inanición política española, julio se manifiesta altamente
preocupante.
Viene a subrayar ese carácter preocupante una nueva matanza
de policías (y ya van dos este mes) en Estados Unidos, donde tres policías son
asesinados y otros tres heridos por un atacante vestido de negro y cara
cubierta, en la localidad de Baton Rouge (Luisiana). Este ataque se suma a la
espiral de violencia que enfrenta a los ciudadanos norteamericanos con sus agentes
de seguridad, los cuales, en los últimos meses, han protagonizado incidentes
que han causado la muerte de personas que iban a ser arrestadas, en su mayoría de
raza negra. Manifestaciones de odio de quienes se toman la justicia –y la
venganza- por su mano contra unos cuerpos del orden de los que se publican
imágenes que evidencian un uso desmesurado y letal de la fuerza, que llega a
matar a detenidos desarmados y, en algún caso, inmovilizados. Prende en aquel
país, con suma facilidad, la pólvora de una violencia que provoca víctimas en
razón del color de su piel, la facilidad para la adquisición de armas de fuego
y los prejuicios sociales. Demasiados comburentes para la combustión espontánea
de violencia.
Y por si no teníamos bastante horror, el mismo día del
aniversario de nuestra Guerra (in)Civil un joven refugiado afgano, de sólo 17
años de edad, la emprende a cuchilladas contra los viajeros de un tren en
Wurzburgo (Alemania), afortunadamente sin matar a nadie pero hiriendo a tres
personas. Unos policías que casualmente estaban en la estación consiguen de
varios disparos abatir al atacante. El hecho deja en mal lugar la política de
acogida de Angela Merkel, aunque sea el primer incidente de esta naturaleza que
provoca un refugiado en Europa, pero aviva los recelos y el rechazo que los
populismos de derecha e izquierda enervan contra los que huyen al Viejo
Continente de los conflictos que asolan sus países de origen. Mal asunto que,
además, alimenta la injusta consideración como presuntos delincuentes y terroristas
de los refugiados y los inmigrantes en general. Pero una buena excusa para los
que propugnan la seguridad sobre la solidaridad y la libertad.
No es de extrañar, por consiguiente, que estos prejuicios y
temores generen reacciones descerebradas en nacionales intransigentes. Como
lo demuestra, unos días más tarde, un confuso tiroteo en un centro comercial de
Múnich que deja como resultado nueve personas muertas y varios heridos. El
hecho se produce una semana después de la masacre de Niza y a cuatro días del
ataque en el tren alemán de Baviera. Y es que, si algo ha caracterizado a este
mes de julio, ha sido esa sucesión de capítulos de violencia indiscriminada que
se estalla en el corazón de la vieja Europa. Dice Sabater que existe una
muchachada que es más fácil de convencer para que maten que para la paz… y para
estudiar y dudar de sus certezas, añadiría yo. Desde la precariedad, la falta
de recursos y de formación, el desarraigo y la carencia de horizontes en la
vida, es fácil incubar el fanatismo asesino en vez de preparar a ciudadanos
ilustrados que aporten su contribución al progreso y desarrollo de la sociedad.
Pero julio continúa su horrenda marcha hacia lo terrorífico con
el degollamiento de un sacerdote de 86 años en una parroquia de Normandía
(Francia), país que despierta la obsesión del terrorismo hidayista, dispuesto
siempre a brindar las cotas más abominables y repudiables de crueldad y de su
empeño por irradiar el terror entre los franceses y la inseguridad en toda
Europa. De esta manera, son capaces de grabar en vídeo la ejecución del cura,
degollado fríamente por el terrorista en el interior de una parroquia en
Saint-Etienne du Rouvray, donde se había atrincherado y secuestrado al párroco,
varias monjas y algunos feligreses, pocos días después del tiroteo xenófobo de
Alemania. Se trata del quinto atentado yihadista en nombre del Daesh que sufre
Francia desde 2015, una obsesión que los asesinos del ISIS parecen dispuestos a
no abandonar.
Un dato final que indica que la violencia en julio no se
circunscribe sólo al solar europeo, sino que se extiende por otras latitudes.
Más de ochenta personas pagan con sus vidas en Kabul, capital de Afganistán, víctimas
de un atentado suicida perpetrado por dos terroristas del Daesh contra la
manifestación en la que participaban reclamando electricidad para la región.
Una violencia ciega que surge a raíz del odio que nutre a fanáticos que sólo
disponen de una certeza: matar. Con esa idea han conseguido que este mes de
julio haya sido terrorífico.
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