Se acaba de producir en España una alternancia en ayuntamientos y comunidades cuya magnitud adelanta, salvo milagros inesperados, la que afectará al Gobierno de la Nación en las elecciones del próximo año. El partido conservador se ha hecho con el control mayoritario de la administración local y regional tras décadas, en algunos casos, de dominio de signo progresista. Esta muestra de salud democrática, por mucho que a algunos les pueda parecer contraproducente, es sin embargo una constante en la historia de nuestro país en los últimos siglos, dejando aparte situaciones tan excepcionales como las dictaduras.
Estudiar los siglos XVIII, XIX y XX en España es asistir al enfrentamiento entre fuerzas similares que competían por imponer sus valores y los modelos de sociedad que estimaban más convenientes para el país. Fuerzas que buscaban derrotar el Antiguo Régimen y el absolutismo de unas monarquías que se aferraban al feudalismo frente a otras que deseaban la transición hacia un Nuevo Régimen basado en la soberanía popular y el reconocimiento de libertades y derechos a los ciudadanos.
La llegada de la Ilustración, tras la Revolución francesa, fue fundamental para el despertar de unos reformistas moderados que comenzaron a expandir su ideario liberal, aunque en un principio supusiera la vuelta al absolutismo más cerrado y la implantación de un “cordón sanitario” en los Pirineos que evitara todo contagio en España. Esta lucha nunca fue un camino fácil ni exento de dificultades, más por deméritos propios que por obstáculos ajenos. Conservadores y progresistas se encontraban a su vez divididos en facciones que ansiaban moderación o criterios más radicales en sus propuestas. Ayer, como hoy, existieron sectores que se hallan en desacuerdo con lo posible, disienten de lo probable y expresan su disconformidad a través de la prensa, como fue el caso de José María Blanco Crespo, mejor conocido como Blanco White, precursor del liberalismo conservador y que tuvo que exiliarse a Inglaterra justamente cuando en Cádiz se debatía la nueva Constitución de 1812.
Es con Isabel II cuando se produce el triunfo del modelo burgués y el acceso del liberalismo al poder, cuando se asienta definitivamente el Nuevo Régimen en nuestro país. La prensa de la época refleja la complejidad de una sociedad en constante dinamismo. Una prensa, con censura y restricciones, que es utilizada como instrumento a los intereses de los distintos partidos que tratan de influir en una incipiente opinión pública que todavía es mayoritariamente analfabeta. De esta manera, los historiadores descubren ejemplos de prensa moderada, absolutista, afrancesada, demócrata y moderna, en la que cada bando ataca al contrario y da su opinión. No obstante, será el caldo de cultivo para que, pasado el tiempo y mil avatares imposibles de desglosar en un simple artículo, ésta última -la prensa moderna- se convierta en prensa de masas, alejándose de cualquier opción política en busca de independencia y dedicándose sólo a satisfacer la demanda de información de sus lectores. Para eso tuvo que transformarse en negocio y buscar la rentabilidad, con la publicidad como fuente de ingresos.
Como vemos, pues, cambios más drásticos se han dado en esta tierra y todos ellos se han visto reflejados en los periódicos, aunque el último nos parezca inédito a los contemporáneos. Lo que no cabe duda es que tan unidos han estado siempre los vaivenes políticos con los medios de comunicación que podría afirmarse que la historia de la política en nuestro país está escrita en la historia del gaceterismo español. Nunca mejor dicho eso de “escrita”. Sólo hay que leerla.
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