Tenía la cara desencajada y lívida como si acabara de ver un fantasma, los ojos inquietos en el fondo de unas cuencas profundas y respiraba apresuradamente con las aletas de la nariz hambrientas cual enormes bocas negras. Venía acompañada de un familiar tan nervioso como ella que requirió la trataran con urgencia. Traía las manos agarrotadas, con los dedos queriendo sujetar una presa invisible, a causa de una parálisis repentina. Incapaz de hablar en un estado de incomprensible agitación, su rostro reflejaba una angustia que se alimentaba a sí misma. Al recibirla, quiso conocer otros síntomas menos llamativos, pero no se lo permitieron. Intentó tranquilizar aquellas personas que desconfiaban de su calma, sobre todo cuando les entregó una bolsa de plástico para que ella respirara en su interior. Pensaron que quería asfixiarla y no les faltó razón. Pretendía que retuviera carbónico para que desapareciera una tetania debida a la hiperventilación. Las garras del pánico habían comenzado a desaparecer cuando la vergüenza hizo enrojecer aquel rostro húmedo de sudor. Se alejaron con el temor de volver a sufrir otro susto.
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