Llevaba la mirada absorta en los tubos fluorescentes que pasaban como un tren luminoso colgado boca abajo del techo. Iba en silencio sobre una camilla dura e incómoda que de vez en cuando lo zarandeaba al chocar contra las esquinas. Entonces se percataba de la soledad de unos pasillos blancos y silenciosos que te sumían en la nada. A pesar de que estaba sedado con una inyección tranquilizante, su aparente calma ocultaba una ansiedad que pugnaba por exteriorizarse desde las tripas. Al entrar en quirófano tuvo necesidad de despedirse de todo cuanto había conocido y pensó en la familia que quedó fuera. Personas con batas verdes y mascarillas, cual seres de otro planeta, intentaron calmarlo y comenzaron a manipular su cuerpo. Mientras uno le untaba el pecho con una tintura amarillenta, otro le causaba un pequeño pinchazo en la mano para colocarle un suero. Una lámpara redonda, cual insecto que te observara a través de un ojo compuesto de celdas brillantes, pendía sobre su cabeza. Varios monitores parpadeaban por los alrededores. Enseguida, una voz enmascarada le conminó a contar hacia atrás desde cinco cuando le hiciera respirar a través de una mascarilla. Fue entonces cuando sintió pánico y rogó, con voz trémula, que lo trataran con cariño. La respuesta quedó flotando entre las brumas de una cuenta hacia atrás mientras intentaba figurarse cómo le entraría el sueño. Se despertó envuelto en dudas sobre si habría sufrido alguna pesadilla, pero al ver los tubos fluorescentes del techo de la habitación, supo que ya lo habían operado.
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