El Partido Socialista de España se hunde irremediablemente en el olvido de su electorado, desgarrado por sus propias contradicciones y las luchas intestinas de las facciones que lo componen. Su hundimiento no es sólo el precio de una crisis económica que tuvo la mala fortuna de afrontar durante la segunda legislatura del Gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero, sino los errores de una gestión que no es que estuviera desacertada, sino nefastamente administrada. Si al principio se reaccionó tarde al admitir una situación mundial en franca recesión, luego las medidas adoptadas han obligado a rehusar de políticas con las que hasta el día anterior se vanagloriaba de progresismo. Y esa falta de fidelidad a unos valores que se suponían propios es lo que aleja a los simpatizantes de la confianza de un partido y unos dirigentes que quedan así en entredicho.
Pero si malo es abandonar las convicciones que identifican una opción política, peor aún es la imagen de lucha cainita por sobrevivir a una hecatombe ya inevitable, inevitable por cuanto la confianza se pierde en un siantamén pero recuperarla tarda años. Las denuncias y dimisiones que comienzan a proliferar entre cuadros de las diversas familias socialistas es lo que faltaba para hundir con más prontitud el barco. Viéndolos pelearse no se percibe una discusión ideológica para reconstruir el andamiaje de ideas que permita al socialismo atraerse el apoyo de la ciudadanía, sino la cruenta y descarada lucha por conservar el mando allí donde o bien se ha perdido (y por ello se echa la culpa a otros) o bien se conserva (y por ello busca diferenciarse de esos otros).
El Partido Popular, que aglutina el pensamiento de derechas (toda la derecha, desde la extrema hasta el centro) de este país, accederá al Gobierno de España con el mayor poder jamás alcanzado por partido alguno en democracia, ya que gobernará la mayoría de los municipios importantes, las Comunidades Autónomas y el Gobierno central, todo un paisaje monocolor que confiemos no emborrache a sus gestores. Pero lo triste no es que acapare tanto poder en función a un programa presentado a la ciudadanía para que opte con criterio a un cambio que, a día de hoy, se ignora en qué consistirá, sino que ocupará la Moncloa y demás Administraciones por desgaste de un socialismo ciego, mudo, paralítico, insensible y en franca descomposición debido fundamentalmente a sus propias contradicciones, justamente cuando más preciso se hace defender lo público y los valores de la socialdemocracia en España, en especial con una crisis que se ceba en los humildes y desprotegidos. Derrotado cuando más se le necesitaba, epitafio para el socialismo actual.
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