Abunda en estos tiempos la opinión publicada, ya sea mediante
micropárrafos en las redes sociales que acompañan, las más de las veces, a la
reproducción de un texto recibido o su enlace, con la correspondiente algarabía
de símbolos e iconos que ilustran nuestra actitud, o bien mediante un
comentario algo más extenso que hacemos público a través de cartas al director
de un medio de comunicación -stricto sensu- o un blog, que permite una mayor
dedicación de los temas. Vivimos, pues, en la época del exhibicionismo, lo que
incluye la exhibición de nuestras opiniones. Apenas nos recatamos en mostrar
aquella parte de nuestra intimidad que, por vergüenza, siempre habíamos
ocultado a los demás. Hoy día, todo lo que somos, externa e internamente, es
objeto de ser utilizado como reclamo comercial que atraiga el interés o el “me
gusta” de esa otra parte necesaria que se dedica a “curiosear” y participar de
la misma conducta pública. Sin embargo, eso no es periodismo.
Los periodistas u otros profesionales también ofrecen, por
demanda del medio en el que trabajan o por simple voluntad, su opinión o punto
de vista personal sobre algún asunto. En tal caso, lo hacen en forma de una
columna de opinión que se publica de forma más o menos regular y encuadrada,
por lo común, bajo una temática o el prestigio del autor. Esa opinión se hace
pública para ofrecer una “original” interpretación de la realidad, no
exclusivamente actual, desde la subjetividad del firmante, con la intención de servir
de orientación al lector sobre determinados hechos. Y, aunque no se ajusten a
una estructura rígida en cuanto a extensión, contenido, estilo o tono como
otros géneros periodísticos, las columnas de opinión están obligadas, por
honestidad y responsabilidad profesional, a fundamentar sus argumentos en la
verdad y la lógica, a fin de que la credibilidad y confianza del columnista entre
sus seguidores no sea cuestionada, lo que no quita que, por supuesto, pueda
generar discrepancias y hasta la refutación de las razones expuestas.
Periodísticamente, la columna de opinión pertenece (para
diferenciarlo del informativo) al género opinativo, como el editorial, la
crítica, el comentario y otros que se engloban bajo el epígrafe de “artículo”,
que, como define Antonio López Hidalgo, no son más que textos retóricos,
argumentativos y persuasivos, independientemente de sus funciones, técnicas y
estilos, e incluso de la actualidad informativa. Estos géneros, en especial la
columna, contribuyen a dar un valor añadido a las noticias, aportando
aspectos, contextos y análisis más detenidos que escapan de la asepsia
informativa. De hecho, la calidad, cantidad y diversidad de sus columnistas es
lo que diferencia a un medio de otro, puesto que las noticias suelen ser las
mismas, generalmente servidas por agencias.
¿Y qué lleva a una persona, periodista o no, a publicar su
opinión? En la mayoría de los casos, mera vanidad o afán de notoriedad. Es lo
que caracteriza a los tuits, facebook, whatsapps, Instagram y demás soportes de
las redes sociales. En medios profesionales se exige “auctoritas”, experiencia o
especialidad acreditada a la hora de expresar una opinión acerca de algún hecho
o acontecimiento. De lo contrario, sería fácil que el opinador caiga en lo
manido, las frases hechas, la ambigüedad y hasta en la mentira. Un “buen”
columnista es una persona que ofrece una opinión fundada, basada en la
exposición de los hechos y en el desarrollo de las razones y argumentos, sin contradecir
la verdad ni la lógica, que conducen a las conclusiones con las que el autor espera
convencer, haciendo uso de la pulcritud y armonía en el lenguaje para hacerlo
asequible, a todo tipo de lectores.
En España existe sobreabundancia de
opinadores de todo espectro y condición, tantos que Francisco Umbral, ya en
1997, decía que “la noticia ya la da la televisión, al periodismo le queda la
opinión”. Sin embargo, también hay excelentes columnistas que abarcan todas las
ideologías y asuntos tratables. Es cuestión de distinguirlos y seguirlos, no
esperando que siempre, en todas las ocasiones, el columnista acierte con el
comentario ingenioso y elaborado con que pretende convencer. Nunca se comparten
todas las opiniones de nadie, por muy afín que se sea de esa persona. Y menos
aún de una persona, incluso siendo periodista, que se dedica a ofrecer una
opinión publicada regularmente. A veces, muchas veces, es preferible guardar
silencio.
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