Vamos a despedir 2019 con una sensación de tiempo perdido, un
tiempo malgastado en complicar los problemas en vez de resolverlos y de vivir
en permanente estado de ansiedad, como si cabalgásemos un tigre imposible de
domar. Estamos a punto de concluir estos 365 días y parece que volvemos a la
casilla de salida para encontrar los mismos asuntos que ya nos habían malogrado
el curso anterior. Ejemplo de este déjà vu es que seguimos sin Gobierno
estable que pueda agotar la legislatura, igual que en diciembre de 2018.
Y en esa estamos. Este año, para colmo, se han tenido celebrar
dos elecciones generales (abril y noviembre) por la incapacidad de los elegidos
de investir a un presidente de Gobierno. Por esa falta de acuerdo en los
partidos sentados en el Congreso, llevamos instalados en la inestabilidad desde
hace cerca de un lustro. Sería, pues, una vergüenza que se tuvieran que convocar
unas terceras elecciones para lograr por cansancio lo que no se consigue con
diálogo y entendimiento: votar al candidato propuesto por el Rey y posibilitar
que la minoría mayoritaria, puesto que nadie dispone de mayoría absoluta, pueda
formar un gobierno duradero. Salvo esos parlamentarios, todo el país, desde la
patronal a los sindicatos, la judicatura y las finanzas, las comunidades
autónomas y la enseñanza, por citar algunos sectores, pide que se constituya sin
tardanza un Gobierno que haga frente a los retos que tenemos pendientes en
espera de decisiones. Llevamos dos años con un presupuesto prorrogado que es
una irresponsabilidad que lastra el progreso y la economía de España. Y los únicos
culpables de esta situación son los que no se avienen al entendimiento para conformar
el Poder Ejecutivo. Nuestros representantes no consiguen comportarse con ese espíritu
de Estado que permite atender los intereses generales del país antes que los
intereses partidistas. Son ellos, nuestros elegidos, los que nos han hecho desperdiciar
todo este año, que a punto está de finalizar, con gobiernos en funciones desde que
triunfara la moción de censura socialista contra el segundo gobierno conservador
de Mariano Rajoy, en mayo de 2018. Ojalá 2020 nos permita disponer, al fin, de
un gobierno en España que no sea provisional y que se dedique durante cuatro
años a administrar nuestros asuntos con entrega, responsabilidad y acierto. Espero
que no sea mucho pedir.
La desconfianza no es infundada.
Persiste todavía el “problema” catalán y serán diputados de un partido
independentista los que tendrán que favorecer, con su abstención, la
constitución de un Ejecutivo con ambición de agotar la legislatura. Un problema
que sigue enroscado en la demanda de una parte importante de la sociedad
catalana de un supuesto “derecho a decidir” y de una legalidad constitucional
que saltaría por los aires si aceptase la posibilidad de unas actuaciones que
afectan a la unidad del Estado (independencia de una región) y la soberanía
popular (decidiría sólo una parte del pueblo español). La aplicación de las
leyes ha llevado a juicio y ha condenado a los cabecillas de esas formaciones
independentistas que convocaron un referéndum ilegal y declararon una
independencia fugaz en Cataluña, cometiendo delitos de sedición y malversación
de fondos públicos, entre otros. Algunos de esos líderes, cuando permanecían en
prisión provisional y gozaban de sus derechos cívicos, resultaron elegidos
diputados del Parlamento Europeo, pero no pudieron recoger su acta ni tomar
posesión de sus escaños por estar recluidos. Un recurso al Tribunal de justicia
de la Unión Europea les ha reconocido su condición como tales y, por
consiguiente, la inmunidad que, como cargos electos, les libraría de permanecer
en prisión, en contra de la sentencia en firme del Tribunal Supremo. Y la
exigencia de una valoración al respecto por parte de la Abogacía del Estado es lo
que impide, hasta ahora, que los independentistas apoyen la investidura del
candidato y la constitución de un nuevo gobierno. De ahí que sigamos instalados
en la incertidumbre y la inestabilidad.
En cambio, en Andalucía continúa al frente de la Junta el
Gobierno formado por el Partido Popular y Ciudadanos, las dos formaciones conservadoras
que podrían desbloquear la ingobernabilidad de la Nación. Llevan casi un año en
el poder con más errores que aciertos, pero con una enorme habilidad propagandística
para rentabilizar sus acciones. Hacen alarde de medidas sociales y progresistas
mientras, al mismo tiempo, recortan gastos en servicios públicos y limitan
derechos (protección a las víctimas de la violencia machista). Así, publicitan grandes
“planes de choque” contra las listas de espera médica y, paralelamente, cierran
centros de salud en plenas vacaciones (verano y navidad) y dejan de sustituir
las bajas de los profesionales. Las concentraciones y manifestaciones de los
trabajadores sanitarios son continuas. Poco a poco, el Gobierno andaluz va
implementando políticas neoliberales que benefician a los que más tienen y
perjudican a los más necesitados, al deteriorar los servicios públicos
(sanidad, educación, dependencia, etc.) e incentivar la iniciativa privada. La
labor de zapa de lo público es lenta pero imparable. Y tiene su coste: el goteo
de altos cargos dimitidos o cesados este año (más de una treintena) ha sido constante,
bien por diferencias en la gestión, bien por la remuneración del cargo, bien
por incompatibilidades con la actividad privada. El balance es un gobierno en
permanente remoción de su personal de alta dirección.
Precisamente, ese gobierno conservador de Andalucía, al poco
de tomar posesión (enero 2019), tuvo que enfrentarse al mayor problema infeccioso
de los últimos años en España: el contagio con listeriosis de más de un
centenar de personas por consumir carne mechada contaminada y no haber sido detectada
por los controles de Sanidad. A causa de la infección, tres personas
fallecieron y se produjeron varios abortos, además de tener que ingresar en los
hospitales a decenas de víctimas del brote de listeriosis para ser sometidas a
tratamiento antibiótico preventivo. Una empresa sevillana, Magrudis, comercializaba
la carne contaminada a pesar de tener constancia de ello y sin que los
controles sanitarios, tanto del Ayuntamiento como de la Junta de Andalucía (que
se cruzaron reproches mutuamente) lo detectara ni lo previniera. Sea como fuese,
el daño a la salud de las personas, con víctimas mortales, y a la industria
cárnica (con una caída de las ventas del 60 por ciento) fue considerable. Y
nadie ha dimitido ni ha sido cesado por ello.
Y ha sido en Andalucía, también, donde la corrupción política
ha sido duramente castigada por los tribunales. Dos expresidentes de la Junta
de Andalucía (Manuel Chaves y José Antonio Griñán) y otros exaltos cargos de la
etapa de gobiernos socialistas, han sido condenados por la Audiencia de Sevilla
a penas de prisión e inhabilitación, según los casos, por el llamado caso de
los ERE. Se trata de la trama que desvió fondos destinados a ayudar a empresas
en crisis y trabajadores despedidos. Para ello se utilizaron mecanismos irregulares
que carecían de control por parte de la Intervención de la Junta y que
facilitaron la concesión de esas ayudas sociolaborales de manera arbitraria. Según
la sentencia, existe responsabilidad penal en los políticos condenados, aunque
no tuvieran ánimo de lucro personal. Las tramas de corrupción política e
institucional en España han salpicado a todos los partidos que han detentado la
capacidad de gobernar desde que se instauró la democracia. Tanto PSOE como PP,
así como la extinta CiU y PNV, por enumerar algunos partidos implicados, cuentan
en su historial con escándalos de esta naturaleza. Y esta sentencia a líderes
históricos del PSOE andaluz ha venido a poner freno a una lacra que ha
contribuido a desprestigiar la política y a instalar en los ciudadanos la desconfianza
y la indignación.
Pero este año, también, ha traído acontecimientos que nos
han situado a la altura de las democracias con menos hipotecas con su pasado. En
este 2019 se ha corregido la “anormalidad” democrática de tener enterrado a un
dictador en un santuario religioso que se financia con dinero público donde era
exaltado por los incondicionales del fascismo. Tras un laborioso proceso
judicial, promovido por los familiares para entorpecer la iniciativa, el
Gobierno pudo exhumar los restos de Francisco Franco y trasladarlos a un panteón
familiar. Las criticas por una higiénica cuestión de decencia democrática no
faltaron para una acción que contaba con el acuerdo parlamentario y gubernamental
pertinente, sin que hasta entonces llegara a materializarse. Por fin, España
recobra la normalidad democrática de situar en su sitio -como hizo Alemania con
Hitler o Italia con Mussolini- a los personajes que protagonizaron las páginas
más negras de su historia.
Como colofón a este resumen podría citarse la vigésimo
quinta Cumbre del Clima (COP25) celebrada en Madrid, organizada por la ONU, y
que debía celebrarse en Chile, país que la presidió. Se trata de una
Conferencia, en la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio
Climático, en la que líderes mundiales de los países comprometidos se reúnen
para adoptar medidas tendentes a reducir las emisiones de gases de efecto
invernadero y combatir el calentamiento de la atmósfera. En una cumbre anterior,
la de 2015, se adoptó el Acuerdo de París (del que se salió EE UU), ratificado
por casi 200 países, con el objetivo de mantener el aumento de la temperatura
media mundial por debajo de 2ºC y hacer más esfuerzos para que no supere los
1,5ºC respecto a las temperaturas preindustriales. Ello sólo es posible reduciendo
el volumen de las emisiones de CO2 a la atmósfera. Pero el acuerdo adoptado en
Madrid, denominado “Chile-Madrid, Tiempo de Actuar”, no fue ambicioso por las discrepancias
entre países. Los principales emisores de gases (China, India, Estados Unidos,
Rusia) se negaron a aumentar sus restricciones contaminantes, por lo que, de seguir
las emisiones a los ritmos actuales, 2019 marcará nuevos récords en incremento
de temperatura y de concentración de gases de efecto invernadero en la
atmósfera. Como señaló la presidenta de la COP25, Carolina Schmidt, “los
acuerdos alcanzados no son suficientes para afrontar con sentido de urgencia la
crisis del cambio climático” que ya estamos sufriendo. Una desgracia para el
mundo y los que vivimos en él, aunque la organización española del evento fue
todo un éxito.
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