Existen muchas definiciones de periodismo pero, parafraseando la clásica de Eugenio Scalfari, diré que periodismo es la actividad que ejerce gente que cuenta a la gente lo que interesa a la gente, aquello que debería importarle como miembro de la colectividad. Ese es el periodismo que me interesa, el comprometido con desvelar las claves de cuanto acontece debido a sus repercusiones en el bien común y el interés general. Ello no quita que coexista otro periodismo que prioriza su supervivencia como empresa que ha de ser rentable, intentado satisfacer lo que su público mayoritariamente demanda, gusta o atrae, otro periodismo que no rehúye de lo espectacular y de lo que conmueve y emociona a sus usuarios con tal de obtener beneficios, sin importar si los asuntos que aborda son triviales o insustanciales para una opinión pública que ha de responder a los retos que como sociedad se le presentan.
Quiere decirse que hay un periodismo de entretenimiento y
otro de verdad, uno que aburre y otro auténtico que cuestiona al poder para
destapar lo que pretende ocultar o falsear deliberadamente ante quienes tiene
obligación de explicarse y ser transparente, ante la gente o esos ciudadanos
que, en democracia, toman decisiones cuando votan. Pero, para hacerlo con
criterio y no influenciados por la propaganda y la manipulación, la gente ha de
estar informada, saber qué ocurre, por qué pasan las cosas, cómo les afectan y,
al final, formarse una opinión aproximada de la realidad, tener una versión lo
más completa posible de la verdad. Y como no todo el mundo puede acceder a las
fuentes o a las causas de los hechos, el periodismo se convierte, entonces, en el
instrumento que posibilita conocerlas, relacionarlas y valorarlas. Por tal
razón es por lo que matizo a Scalfari al sostener que periodismo es contar a la
gente lo que de verdad importa a la gente, lo que tiene trascendencia para ella
porque afecta, perjudica o beneficia al interés de la comunidad en su conjunto
y de la que todos formamos parte. Es así como el periodismo asume una función
imprescindible, inherente a toda sociedad libre, plural y democrática, para actuar
como servicio público, sin cuyo concurso no serían posibles las libertades de
expresión, opinión y participación, ni el derecho a la información. Ni más ni
menos.
Y eso es, exactamente, lo que ha demostrado el diario
digital Infolibre al descubrir y contar que el Fiscal Anticorrupción, Manuel
Moix, guardaba celosamente su participación en una sociedad mercantil familiar inscrita
en un paraíso fiscal para eludir pagar impuestos en España. Dicho llanamente: que
era un lobo al cuidado de las ovejas. Pero lo más grave es lo que se adivina detrás
de ello: que hay una manada de lobos apacentándonos desde los resortes del
poder.
Manuel Moix y su reflejo. |
No se trata, pues, de un asunto baladí. Ya es la segunda autoridad
del actual Gobierno, junto al exministro Soria, que tiene que dimitir por
mentir y tratar de ocultar su patrimonio en paraísos fiscales. Pero la
hipocresía moral de este último es inconmensurable, aunque pequen ambos de lo
mismo. La fiscalía anticorrupción de la que era responsable Moix, dependiente
del Fiscal General del Estado nombrado por el Gobierno, es la encargada de
interesarse e investigar los delitos económicos relacionados con la corrupción
cometidos por funcionarios públicos. Es la que debe velar por los intereses de la Hacienda pública en aquellos
casos criminales que causan menoscabo en la riqueza nacional por la actuación
delictiva, de manera activa o pasiva, de empleados públicos o cargos electos en
el ejercicio de sus funciones. Y la persona que tenía que dar ejemplo
intachable de honradez y lealtad en el ejercicio de sus responsabilidades, como
fiscal anticorrupción, ha resultado estar contaminada del mismo mal que debía combatir.
Era, en realidad, un lobo que eludía sus obligaciones disfrazado de oveja
honesta que paga sus impuestos. Un lobo que, para colmo y traicionando su
cometido, ayudaba a otros de su especie, como el expresidente de la Comunidad de Madrid,
Ignacio González –ya en prisión preventiva-, a esquivar las investigaciones y
registros judiciales de que era objeto por sus actuaciones corruptas. Y todo ello,
en el contexto de un partido político, del que es líder el actual presidente
del Gobierno de España, que está involucrado en las mayores tramas de corrupción
económica e institucional jamás conocidas en este país, hasta el punto de ser la
primera y única formación imputada por financiación ilegal, además de sentar a
su presidente, Mariano Rajoy, a la sazón presidente del Gobierno, en el
banquillo para testificar en el juicio del caso
Gürtel, esa trama con múltiples ramificaciones en varias ciudades españolas
y que ya ha llevado a la cárcel al tesorero de la organización, Luis Bárcenas,
aquel al que el mismísimo Rajoy mandaba mensajitos de aliento. En ese entramado
sombrío se inscribe lo desvelado por Infolibre,
destapando escándalos de inmoralidad fiscal y connivencia política con
delincuentes que se querían mantener ajenos a la luz pública.
Pero el periodismo puro, el periodismo de verdad, que
investiga hasta descubrir las causas reales y ocultas de los hechos, permite a
los ciudadanos conocer los abusos de confianza, la desfachatez supina y los
comportamientos indignos de quienes pretenden engañar a los gobernados,
enriquecerse ilegalmente a su costa y mantenerse en los puestos y cargos del
poder para utilizarlo en beneficio personal o partidista. Es tal la importancia
de una prensa libre que, si hoy conocemos tantos casos de corrupción en España,
no es porque en la actualidad haya más, sino porque los medios impiden que se
mantengan impunes y ocultos. Existen sobradas muestras de ese periodismo
auténtico que destapa escándalos como el de Watergate y las mentiras del
presidente Nixon en EE UU, casos de sacerdotes pederastas amparados por la Iglesia católica en muchos
países, la inexistencia de armas de destrucción masiva en Irak que motivaron
una guerra, los intentos inútiles de Aznar y su Gobierno por culpabilizar a ETA
de los atentados del 11M de Madrid, la mayor parte de los casos de corrupción
acaecidos en España en los últimos años y, ahora, el comportamiento indigno de
un fiscal anticorrupción desvelado por Infolibre.
La lista es prolija aunque los medios de comunicación auténticos sean escasos.
Desgraciadamente, apostar por la investigación, por el periodismo como servicio público, por el periodismo de verdad, y hacerlo desde la independencia, el rigor y la honestidad, es cada vez más difícil, aunque el trabajo de Infolibre haya demostrado que es posible. Es asumir lo que Gabriel García Márquez pedía al periodismo, en el que todo género debería ser investigativo por naturaleza. Es dejarse de entretenimientos, sensacionalismos y de la vacuidad inane del chismorreo que alimenta la curiosidad morbosa de las audiencias, aunque incremente las ganancias, para acercarse a la definición de periodismo que hizo Horacio Verbitsky: “Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo, lo más equitativa y documentalmente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal en la herida y guijarros en los zapatos. Ver y decir el lado malo de cada cosa, que del lado bueno se encarga la oficina de prensa, de la neutralidad los suizos, del justo medio los filósofos y de la justicia los jueces”. Faltaría añadir: y de las certezas las religiones. Por lo demás, lo suscribo de pe a pa.
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