No es la primera vez ni el primero en criticar las políticas
de igualdad desde el seno de la
Iglesia , pero esta última ha sido la más ofensiva y
sorprendente. Monseñor Francisco Javier Martínez ha afirmado durante una
homilía, que luego ha reproducido, para que quede constancia, en la página web
de la Archidiócesis
de Granada, que detrás de la ideología de género que se imparte en la enseñanza
hay, no sólo “una patología”, sino “una cortedad y una torpeza de la
inteligencia”. Piensa el prelado que reconocer la igualdad de derechos en la
mujer es patológico porque “no reaccionamos igual, no pensamos de la misma
manera y (…) perdemos el contacto con lo natural”. Y para subrayar su criterio,
como si fuera un argumento de autoridad, el purpurado recordó lo dicho por
un sacerdote amigo respecto de que Cristo había venido a este mundo a enseñar a
distinguir “una patata de una rosa y un hombre de una mujer”. Menos mal que la Iglesia tiene estos intérpretes
fidedignos de la voluntad de Dios que nos aclaran sus intenciones.
Al parecer, para el arzobispo lo normal y natural es la
discriminación que, en muchos ámbitos, todavía soporta la mujer por el mero
hecho de ser mujer. Lo normal y natural, aparte de constituir un rasgo de
inteligencia, es mantener a la mujer supeditada al hombre y negarle una
capacidad idéntica para desarrollarse como persona, en igualdad de condiciones
y derechos.
Causa perplejidad que quien hace distinción de normalidad, y
de inteligencia, sea miembro de una entidad que mantiene un celibato contrario a
la fisiología del organismo, renuncia a
formar familia y contribuir a la perpetuación de la especie humana. Para el
arzobispo es normal la creencia en ángeles, arcángeles, querubines y demás supuestos
seres celestiales, pero sumamente anormal y de cortedad intelectual pensar que
la mujer es merecedora de los mismos derechos que el hombre. O que la
superstición sobrenatural en un ser eterno, creador de todo lo existente y con
mentalidad sospechosamente humana que premia y castiga y hasta escoge bando en
las guerras de los hombres, es absolutamente normal, pero la voluntad racional por evitar todo
tipo de discriminación de la mujer es patológico. Incluso que es perfectamente
natural asumir la resurrección de los muertos, los que se han descompuesto en
la tierra y los que se han convertido en cenizas por la cremación, pero es
enfermizo tratar como igual a todos los humanos vivos, independientemente de su
sexo o cualquier otra condición. Todo lo relativo a la creencia religiosa es, para
el delegado de la divinidad, normal y natural, pero las leyes civiles que eliminan
tabúes, combaten la ignorancia y hacen tolerante una sociedad en la que
conviven hombres y mujeres, es antinatural y de una cortedad patológica.
No parece oportuno, por todo ello, que los representantes de esa
patología eclesial dictaminen, sin que nadie se lo requiera, qué es normal y
qué no. Máxime cuando, fruto de esas represiones patológicas a que someten el
funcionamiento fisiológico del organismo, el colectivo clerical al que
pertenece el señor arzobispo es el que más casos de pederastia y otros abusos
sexuales comete en el mundo. Eso sí que es patológico y criminal, no que la
mujer decida acerca de lo que le incumbe sin ninguna discriminación respecto
del hombre. Lo que es una cortedad que ofende a la inteligencia es la consideración de la Iglesia sobre la mujer y no la libertad y los derechos que le son reconocidos por las leyes. Por más que le pese a monseñor y a toda la jerarquía eclesiástica.
Amén.
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