O lo parecían. No se separaban uno del otro, rozaban sus cuerpos, se palpaban tímidamente con sus
extremidades y permanecían juntos todo el tiempo, como si estuvieran
compartiendo secretos íntimos en un rincón alejado de la curiosidad. La vida
alrededor no les importaba porque su existencia se limitaba a ellos dos,
entregados mutuamente a sus delicadas caricias y atenciones. Alguien les había
maniatado el miembro desarrollado para defenderse, como la escayola en el brazo
de un boxeador, pero ello no impedía que pudieran mantener contacto y mostrar
sus sentimientos. Vigilaban la entrada de un posible alojamiento que, de
momento, ocupaba un soltero solitario y egoísta. Esa pareja paciente dedicada a
sus relaciones, a la espera de la más mínima oportunidad para disponer de una
tinaja donde cobijarse, es lo más parecido a estar enamorados, aunque sean
langostas. ¡Feliz día de San Valentín, bichos!
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