A veces, no sabe uno de qué escribir, no por falta de asuntos que tratar sino por todo lo contrario, por su excesiva abundancia. Pensaba comentar, por ejemplo, la batalla que libran en Podemos, un partido novísimo que demuestra con su lucha interna de poder un envejecimiento prematuro en una formación que pretendía caracterizarse por ser diferente de los demás partidos, a los que calificaba peyorativamente como “casta”. No quería ser “casta” ni comportarse como tal. Pero ha tardado sólo tres años en asemejarse a ella hasta en lo más deplorable: en la actitud beligerantemente cainita de sus líderes a la hora de aferrarse al sillón. Calcan resabios corporativistas ya conocidos en cualquier organización en cuanto se discrepa de los mandamases. Ya sólo falta por escuchar a Pablo Iglesias advertir aquello de “el que se mueva no sale en la foto”… o te mando a la alcaldía de Madrid. Pero, también, ya muchos de sus encandilados seguidores están coreando aquella otra afortunada consigna del 15M: “No nos representan”. Estos, tampoco.
Me hallaba elucubrando mentalmente estas ideas cuando otro asunto
me ha llamado poderosamente la atención. Era el anuncio de que el presidente
norteamericano iba a llamar por teléfono a su “cuate” español, Mariano Rajoy.
Nunca antes una comunicación entre líderes había sido tan ampliamente
publicitada como si fueran unas rebajas. Y, claro, esa inaudita y anunciada charla
generó un morbo insano entre los que prestan atención a estas cosas aparentemente
tan insulsas, sobre todo porque uno de los interlocutores, endiosado con el
poder depositado en sus manos, le gusta reprender al resto del mundo por no
pagar a Estados Unidos por su bendita existencia, dejando con la palabra en la
boca a quien le rebata cualquier impertinencia, descortesía propia de su
procedencia empresarial, y porque el otro interlocutor es tan lento en
reaccionar que, aun rodeado de asesores, sus silencios suelen interpretarse
como una sabia estratagema para dilatar la asunción de iniciativas o la resolución
de problemas. Si uno no quiere saber nada de español y el otro no tiene ni idea
de inglés, por más intérpretes que haya por medio, y cuando uno va de sobrado y
otro de sumiso, la conversación que entablan acaba siendo un diálogo de
besugos. El primero, con su blanca soberbia yanqui, avisa que hay que aumentar
el gasto militar y contribuir con menos racanería al sostén del paraguas de la OTAN que nos guarece. Le
faltó amenazar que, en caso contrario, nos levantaría un muro -que pagaríamos
nosotros, naturalmente- para separarnos de la defensa atlántica. Y el segundo, con
su inevitable tics nervioso ocular, le responde que se ofrece como mediador de
los intereses norteamericanos ante Europa y América Latina. Es por eso que, una
llamada prevista de quince minutos, sólo durase diez. No se entendían. Cosa
prevista pero aireada como un triunfo por España porque, al menos, no le colgó el
teléfono como al primer ministro australiano. Era, pues, un asunto para lucirse
en una columna sobre las habilidades de nuestro inefable presidente de
Gobierno. Pero, una vez más, otro estímulo seguía atrayendo el interés desde
hacía algún tiempo y arrinconó la atención de la llamada telefónica.
Era un banco. Bankia, con el dinero que le regalamos los
españoles a cambio de dejar sin recursos a la sanidad, la educación y la
dependencia, pretende dulcificar su imagen y anuncia, a bombo y platillo, que
va a devolver lo cobrado de más por las cláusulas suelo a sus clientes sin
necesidad de que acudan a los tribunales. Los perjudicados sólo tendrían que
pasarse por su oficina para recoger el dinero. ¡Cuán fácil es tirar con pólvora
ajena para ejercer de rey mago! Pero para
devolver el rescate que Rajoy le concedió, no por ser un banco, sino por ser el
banco en el que se recoloca a los políticos del Partido Popular cuando abandonan las ubres públicas, no dice ni pío.
¿Se acuerdan de Rodrigo Rato? Fue el último presidente de ese generoso y
comprensivo banco, anteriormente dirigido por Blesa y otros truhanes por el
estilo, conocidos todos ellos en los tribunales por autoconcederse unas
tarjetas opacas al fisco para gastos suntuarios. Y es que Bankia, anteriormente
Caja Madrid, era -.y es- el retiro dorado de las más rutilantes personalidades del
conservadurismo madrileño. Si no lo creen, estén atentos a dónde acabará la lideresa Esperanza Aguirre. Había, pues,
que salvarlo. La mayoría de su Consejo de Administración se sienta ahora en el
banquillo por una causa u otra. Con tales antecedentes, el banco no tiene
empacho en presentarse actualmente como el más desinteresado y honesto con sus
clientes… puro marketing para acicalar su imagen.
Imbuido en estos procelosos pensamientos, me asalta otro
asunto mucho más macabro. Un niño (¿cuántos van?), de los que suelen acompañar
a sus padres en una huida desesperada hacia algún lugar presuntamente más
civilizado, apareció ahogado en una playa gaditana. Otra vez la imagen brutal
de Aylan, el niño sirio que apareció muerto, también ahogado, en las costas
griegas. En aquella ocasión, los medios de comunicación difundieron la imagen y
la noticia por todo el mundo, para que por unos segundos, al menos, nos
conmovamos con el drama de los que emigran jugándose la vida. Pero en ésta, la
que se produjo en nuestras playas de todos los veranos, no hubo oportunidad
para ninguna imagen, tardándose, además, en dar a conocer el hecho, incluso a
las autoridades municipales del término. Unos días más tarde, el suceso sirve
para elaborar un par de líneas en los periódicos, útiles para criticar la
actuación gubernamental, sospechosa de
ocultamiento. Tan sólo un par de ONG puso el grito en el cielo de
nuestras conciencias, sin ninguna consecuencia porque andábamos preocupados con
otros temas mucho más trascendentales: la lid a degüello entre Iglesias y
Errejón, la factura inmoral de la luz y la desfachatez exhibicionista de los
independentistas catalanes. No damos abasto con los asuntos. ¿De qué hablar?
Podría hablarse de necrologías espeluznantes, que también
deberían avergonzarnos, pues en lo que llevamos de año han sido asesinadas por
violencia machista once mujeres en España. A este ritmo, superaremos el récord
del año anterior en cuanto a salvajismo asesino en las relaciones de pareja. Ni
campañas de sensibilización, ni teléfonos especiales –que no dejan rastro en la
factura- a disposición de las potenciales víctimas, ni condenas de alejamiento,
ni casas de recogida, ni otras gaitas. La mujer sigue siendo, en nuestra
cultura estereotipada, machista y tradicional, objeto de placer, amuleto
doméstico, reclamo publicitario, paridora y criadora de hijos y bálsamo
familiar, todo ello bajo la tutela vigilante del cabeza de familia, de quien
depende y pertenece. De no cambiar esta mentalidad instrumental con la mujer,
en casi todos los ámbitos sociales, desde los reales a los plebeyos, la
desigualdad existente entre hombre y mujer se mantendrá, y la violencia de
género y los abusos sexuales y de todo tipo serán imposibles de erradicar.
Ellas, sin poder huir a ninguna parte, seguirán pagando con sus vidas el hecho biológico
de ser mujer y por exigir los mismos derechos –no sólo de iure, también de facto- que se reconocen al hombre. Engrosan más
víctimas que el terrorismo, pero no despiertan la misma atención ni la
preocupación de la sociedad.
Y para acabar (por falta de espacio, no de asuntos) un acontecimiento
de gran revuelo y enorme repercusión mediática: el XVIII Congreso del Partido
Popular. El partido de la derecha de España actualiza su agenda ideológica,
adecua su estrategia política y se prepara para responder a los retos que les
presenta la sociedad española en la actualidad, como son la falta de empleo, la
corrupción política y una desviación moral que la aparta de las tradiciones más
señeras. Un evento para discutir grandes cuestiones que ocuparán los trabajos
de las ponencias hasta determinar la postura oficial del partido en cada
cuestión. De entre todas ellas, la más espinosa –y que evidencia la profunda
preocupación de los conservadores por los grandes temas de su país- es la
relativa a la acumulación de cargos que ostenta la secretaria general del PP,
María Dolores de Cospedal, quien además ejerce de presidenta del partido en
Castilla-La Mancha y ministra de Defensa. Este es el asunto que más tinta ha
derrochado en los medios y del que Rajoy tiene la última palabra o el último
silencio: ratificarla en sus cometidos, ¡faltaría más! Y es que para eso se
organiza un congreso: no para abrir un debate ideológico que dé respuesta a las
necesidades y soluciones que reclama España, sino para asegurarse los puestos
más golosos entre los dirigentes que pilotan la formación en un momento dado. Desde de Podemos al PP.
En definitiva, hay tantas cosas de las que hablar, sin estar seguros de que merezca la pena, que es mejor refugiarse en el silencio y contemplar la lluvia tras los cristales de la ventana. Es más satisfactorio y relajante.
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