Pero, desafortunadamente, ni los mismos países participantes de
Estas cumbres surgen de la Convención sobre el
Cambio Climático, adoptada por la
ONU en 1992, con el fin de concienciar a la población mundial
sobre los problemas derivados del calentamiento de la atmósfera, que los
científicos achacan a la emisión de grandes cantidades de dióxido de carbono y
otros gases, a causa de la actividad humana, que provocan un “efecto
invernadero”. Como instrumento de esta Convención, en 1997 se elabora el
Protocolo de Kyoto, que no entró en vigor hasta 2005, por el que los países que
lo suscriben se comprometen a reducir en un 5 %, al menos, el porcentaje global
de emisiones contaminantes en el período de 2008 a 2012. No todos los
países “contaminan” por igual, sino unos más que otros. Estados Unidos, el
mayor emisor de gases de efecto invernadero, no ratificó el acuerdo. Y sigue
sin hacerlo.
Y es que es bastante complicado poner de acuerdo a naciones desarrolladas
con países en vías de desarrollo. Gran parte de la cumbre ha consistido en una
confrontación entre ellos en defensa de sus respectivos intereses
cortoplacistas. Tanto EE.UU, el más importante de los países avanzados, y
China, el mayor representante de los emergentes, difieren a la hora de ponerse
de acuerdo, aún cuando entre los dos aportan el 41 por ciento de todas las
emisiones de gases de efecto invernadero del mundo. Máxime si se tiene en
cuenta que, a los primeros, tales medidas le suponen invertir en tecnologías
“limpias” que hagan sostenible su desarrollo, y a los segundos le limitan su
capacidad para lograr el mismo techo de desarrollo. Para que se comprenda
mejor: los que más combustibles fósiles “queman” con su nivel de vida exigen que
los demás orienten su desarrollo de forma sostenible.
Se temía un fracaso absoluto que ha sido evitado con ese
acuerdo de mínimos que, al menos, salva los mimbres. Se mantiene el compromiso
de “contribuir” al recorte de emisiones de gases invernadero, incrementando los
“auxilios climáticos” e informando cada dos años de la evolución al respecto.
También se ha alcanzado un acuerdo para proteger los bosques tropicales, dada
su capacidad de absorber dióxido de carbono, mediante la financiación de
proyectos forestales en naciones en vías de desarrollo. Y se ha acordado
encauzar ayudas económicas y tecnológicas a países afectados por los desastres
del cambio climático, al objeto de que puedan prevenir y reparar sus
consecuencias. Y poco más. La única gran novedad, grata por cierto, es que sólo
la Unión Europea ,
entre los cerca de 200 estados participantes en la Cumbre del Cambio Climático
de Varsovia, avanzó que presentará sus compromisos de reducción de emisiones en
enero del próximo año.
Aunque es indiscutible su fundamento científico, las dificultades
económicas y los intereses egoístas de algunos países impiden abordar los
problemas del cambio climático con el compromiso obligatorio y vinculante que
requieren. Es triste constatar esta limitación de miras cuando lo que está en
juego es el futuro de nuestro planeta. Confiemos en que, cuando se decida de
verdad hacer un uso sostenible de nuestros recursos, la actividad industrial
humana no haya asfixiado al mundo ni nos haya condenado a la desaparición. Así
de grave es este problema que no se aborda con el debido rigor, a pesar de los
esfuerzos de la ONU
y su Convención sobre el Cambio Climático.
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