Como en las películas, asistimos entre sorprendidos y risueños a la “intriga” de este episodio de las “escuchas” que los servicios de inteligencia de Estados Unidos han sometido a ciudadanos europeos, incluyendo a los máximos dirigentes de naciones como Alemania, Francia e incluso España, y también de países de otros continentes, como Brasil. Y desde los “espiados” ha brotado la santa indignación al sentirse “vigilados” por quienes consideramos “amigos” y formamos con ellos una alianza –de intereses estoy por decir- contra los “enemigos de la libertad” –de mercado, quisiera subrayar- que preocupan fundamentalmente a los norteamericanos: en primer lugar, por todo lo que huela a comunismo (Rusia, China, Cuba), y en segundo plano por todo lo que pueda representar una seria competencia a su supremacía económica y comercial (China, Brasil y un poco Europa). Y se le piden explicaciones.
Entra la risa floja al saber que todos los cancilleres afectados
han exigido “explicaciones” al Presidente de EE UU, Barack Obama, por el
espionaje de sus conversaciones y amenazan con adoptar medidas contundentes si éstas
no satisfacen a los “ofendidos”. Amenazan con cuestionar el estatus de aliados
que une los respectivos gobiernos y la colaboración que se prestan de manera
recíproca. También España, con la “templanza” que caracteriza a Mariano Rajoy,
ha insinuado cuestionar los históricos lazos de amistad con los americanos.
Ante el espectáculo, más mediático que diplomático, que se
ha montado, los ciudadanos reaccionamos primero con asombro (¿qué tendrán que escuchar que ya no sepan?)
y luego con chanza (¡ea, ahora los
dejamos sin casera!), cuando hasta los niños de primaria saben que en todas
las embajadas existe un espía (o varios) que, como encargados comerciales o
asesores de lo sea, “trabajan” para obtener información que pudiera interesar a
sus gobiernos. ¿Y qué puede interesarles? Dejando aparte lo obvio (que es todo),
seleccionan sus “escuchas” hacia lo que tienen menos controlado, la opinión de
los ciudadanos y la que en la intimidad mantienen sus dirigentes sobre los yankees.
Así establecen el grado de confianza que les merecemos.
Es evidente que no espían nuestros planes nucleares, pues
son ellos los que nos venden esta tecnología y la supervisan. Tampoco muestran
especial atención a nuestros ejércitos, pues cada avión lo fabrican ellos y
hasta la aviónica necesaria para volar la facilitan con las debidas licencias, lo
mismo con cualquier arma o tecnología bélica. De los gobiernos se fían poco,
pero como tenemos que pedirle permiso hasta para mear, nos tienen maniatados
con mil y un acuerdos que, salvo algún “hereje” de Sudamérica, ninguno se sale
de madre y conserva la dependencia sumisa cuasi colonial.
Y en lo comercial, mientras exportan todo lo que quieren a
países en los exigen el libre comercio, ellos impermeabilizan sus fronteras con
aranceles y condiciones que dificultan la importación. Y para que los “gustos”
de todo el mundo se asemejen a los suyos, a fin de vendernos sus productos, nos
imponen una “globalización” que nos hace preferir su cultura a la nuestra, en
lo económico, cultural, social y político.
¿Qué buscan, entonces? Nuestra opinión, para saber si podríamos
ser potenciales terroristas capaces de atentar contra ellos. Desean valorar
constantemente nuestra impresión sobre los “americanos” para determinar nuestro
nivel de confianza acerca de los Estados Unidos y permitirnos una relación más
o menos fluida. Y calibrar la intensidad de nuestra integración en su “american way of live” o la resistencia
que ofrecemos para asumir sus patrones culturales. Así tendrán un conocimiento
cabal sobre si los apoyaremos en cada conflicto en que se vean envueltos o
presentaremos dificultades añadidas a sus problemas geoestratégicos. Ese es el
objetivo de su espionaje a los aliados. Miden constantemente y en tiempo real
nuestro compromiso de amistad respecto al “imperio” y cuantifican la fuerza de
ese apoyo, necesario para controlar al resto del mundo. Y no lo hacen a
escondidas, sino con la implícita anuencia de los gobiernos afectados e
involucrados, pues participan en una “colaboración” de inteligencia de la que
ahora aparentan sorpresa.
En proporción a sus capacidades, todos los países “escrutan”
a los demás con sus propios sistemas de información nacionales, a veces en
competición por conseguir alguna novedad, pero la mayoría de las ocasiones en franca
camaradería por participar en alguna investigación de carácter más amplio y
sensible. De ahí que el general Keith Alexander pudiera permitirse la “chulería” de
afirmar que la NSA
no ha rastreado las llamadas de millones de ciudadanos en Francia y España, como
denunció la prensa de esos países, sino que han sido nuestros propios centros
de inteligencia los que han facilitado estos registros para que ellos los analizaran.
¿Para qué molestarse si trabajamos para ellos? Son ellos los que nos dan la
pista de un narcotraficante en alta mar, los que identifican un teléfono de un
etarra en la clandestinidad, los que localizan un campamento donde tienen
secuestrados en África a unos cooperantes o los que facilitan –dejando actuar-
cualquier maniobra defensiva en nuestros conflictos vecinales. ¿Encima les
vamos a toser? Daría risa y pena constatar nuestro verdadero tamaño.
Distinto es el espionaje que EE UU aplica a sus auténticos
adversarios, China, Rusia, Oriente medio y otros países que emergen con fuerza
en el equilibrio mundial, ya sea militar, comercial o políticamente. Todas sus
grandes “antenas” están orientadas a esas zonas geográficas que son
potencialmente peligrosas a sus intereses. Y se aplican con todos sus recursos,
incluyendo portaviones, satélites y agentes sobre el terreno, más la “colaboración”
de todos los servicios de inteligencia “amigos”, sean ingleses, judíos o árabes.
Es una actitud tan lógica que no merece comentario. Es de cajón.
Lo más hilarante de esta historia es esa reacción de los gobiernos
cuando fueron abochornados por las denuncias de los medios de comunicación
sobre las escuchas a los aliados, como si no las conocieran. Parecía que estábamos
visionando una película del “Superagente 86” . ¡Hasta Rajoy iba a pedir explicaciones…! ¡Faltaría más!
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