El argumento en el que se basan estos cabrones
contemporáneos pretende ser liberal, al escudarse en la defensa del comercio
sexual como actividad social, inserta en el libre mercado, en la que el
Estado no debe entrometerse ni regular. Se declaran partidarios de “la
libertad, la literatura y la intimidad, (por lo que) cuando el Estado se
ocupa de nuestros culos, las tres están en peligro”. Bajo el impactante
subtítulo ¡No toques a mi puta!, los firmantes apelan a que “cada uno
tiene derecho a vender libremente sus encantos”, como si la prostitución
fuese un trabajo elegido libremente y no la consecuencia forzada por mafias que
trafican con mujeres o derivada de situaciones de escandalosa precariedad. Y es
que, aparte de confundir el culo con las témporas, estos cabrones libertinos
-que no liberales- intentan entremezclar con ardid el derecho a disponer del
propio cuerpo que exigía el movimiento feminista con un supuesto derecho a
disponer del cuerpo de otro (casi siempre, de otra) que, en la mayoría de las
ocasiones, resulta de una opresión no deseada voluntariamente, sino obligada
por circunstancias adversas que nada tienen que ver ni con el consentimiento ni
la voluntad.
Según Médicos del Mundo, la práctica de la
prostitución ha aumentado en nuestro país más de un 15 por ciento en los dos últimos
años a causa de la crisis económica, nada extraño si se tiene en cuenta que entre
los colectivos más castigados por el desempleo se encuentra, precisamente, el
de las mujeres. Engrosan las cifras de la esclavitud sexual mujeres atrapadas
en el tráfico ilegal, procedentes en su mayor parte de Europa del Este y Asia,
y aquellas otras, desesperadas, que recurren a prostituirse a causa de una insoportable
situación económica. En su conjunto, entre 300.000 y 500.000 mujeres ejercen la
prostitución en España, en su mayoría inmigrantes que acceden al comercio
carnal como único medio de vida, al encontrarse con todo tipo de trabas para
hallar un trabajo legal.
Se trata, por tanto, más que de un pretendido derecho de la
mujer, de un negocio muy próspero para
proxenetas y mafias, que mueven en torno a 18.000 millones de euros al
año, según revela el informe “Los amos de
la prostitución en España”, del periodista Joan Cantarero. Un negocio que
tiene el campo legal libre para su explotación, ya que en España no es delito
la prostitución, si se ejerce “voluntariamente”, ni se penaliza a quienes
contratan servicios sexuales, como pretende legislar el Gobierno francés. Sólo
está tipificado penalmente la explotación sexual y el abuso a menores; es
decir, proxenetas y violadores que, en cualquier caso, forman el “caldo de
cultivo” para la prostitución.
Y es que, sin negar que exista quien desee realmente
comercial con su sexo, la inmensa mayoría de la prostitución descansa sobre la
mujer como víctima de un tráfico humano inaceptable. De ahí que se intente
abordar el problema de su regulación desde dos enfoques diametralmente
opuestos: o considerarlo un “trabajo” legal para dotarlo de los beneficios de
la Seguridad Social
y el control sanitario de las “trabajadoras”, o considerar delito su ejercicio
y confiar que la represión penal lo consiga erradicar. Sin decantarse por
ninguna de estas posturas, España se limita a combatirlo con campañas de
sensibilización, con las que los ayuntamientos presumen de vez en cuando de
defender a la mujer explotada sexualmente y de prestar una atención integral a
las víctimas.
El “manifiesto de los
cabrones” sirve para evidenciar, en cualquier caso, el “machismo” existente en la sociedad y que trata a la mujer como simple objeto para la satisfacción sexual,
susceptible de ser regido por las leyes del mercado. “¡No toques a mi puta!” viene, así, a significar que no te atrevas
a profanar mi propiedad privada, pues soy libre de adquirir cualquier producto
del mercado. La mujer como objeto de consumo para el apetito sexual, no como
persona protegida por derechos humanos y portadora de dignidad. Un papel
subordinado a los deseos y caprichos del hombre como, curiosamente, también
parece promover la Iglesia Católica ,
tal como demuestra el libro “Cásate y sé
sumisa”, de la periodista italiana Constanza Miriano, editado bajo los
auspicios del Arzobispado de Granada, en el que se recomienda a las mujeres “la obediencia leal y generosa, la sumisión”.
Difícil papel el de la mujer que, entre las pretensiones de
unos y otros, sólo puede aspirar a ser puta o monja (o su equivalente laico:
esposa), no persona merecedora de derechos humanos y dignidad. ¡Cabrones!
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