jueves, 18 de febrero de 2010

Política de barrizal

El noble arte de la política, aquella dedicación por lo común, por organizar las cosas que tenemos que compartir obligatoriamente al vivir en sociedad, ha perdido en los últimos tiempos el romanticismo tal vez ingenuo de la generosa entrega a lo colectivo aún a costa del sacrificio individual, el estrechamiento de miras hacia horizontes de inmediata rentabilidad electoral y el abandono de las formas cultivadas, respetuosas y elegantes en las relaciones entre adversarios, jamás enemigos. La virtud de parlamentar, de confrontar ideas y proyectos, discutir con argumentos y convencer con razones ha caido en desuso, enfangándose en la diatriba pandillera del vocerío, insulto y desprecio personal. Del filibusterismo barroco, que nos impulsaba a los diccionarios, pasamos a imprecaciones como "arrepiéntase", "rectifique", "váyase", "cobarde", "si tiene coraje" y otras, carentes de contenido racional, pero sobradas de connotación emocional, de bajos instintos.

Cada época tiene los actores que la molduran, por lo que causa desasosiego pertenecer a una que cultiva el abandono de la educación, la falta de respeto y la chabacanería. Porque, no nos engañemos, el objetivo de los debates parlamentarios no es discutir propuestas inteligentes, sino impresionar a la población y crear una opinión pública favorable a los intereses partidistas, por lo que tales modales acaban imponiéndose en el comportamiento social, previamente abonado a la falta de criterio por el pensamiento único dominante, un sistema educativo fallido y unos medios de comunicación aborregantes.

Lo más grave de todo ello es que, a pesar de la náusea que provoca tal situación, no es posible el abandono pesimista. La necesidad de gestionar la "res pública" hace inviable todo abandono, a menos que la intención de quienes promueven esta huida sea precisamente la de que no existan deseos de controlar sus "tejemanejes". Duele pensarlo.

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