Carles Puigdemont |
Ya decíamos en un comentario anterior que, ganase quien ganase
estas elecciones, deberá gobernar Cataluña sin saltarse la ley y manteniendo un
escrupuloso respeto al Estado de Derecho, por las cuentas que le trae. En caso
de que esa responsabilidad recaiga en elegidos de nuevo cuño, los consellers encarcelados y un presidente
de la Generalitat fugado recordarán el alto riesgo que
se asume al ignorar y violar la ley. Pero si son los mismos actores de la
legislatura anterior, algunos de los cuales están sujetos a medidas cautelares,
la reincidencia representaría un agravante que podría complicarles y
endurecerles cualquier medida judicial. Y la verdad es que, en esta ocasión, no
está el horno para bollos secesionistas, con el foco de la Justicia puesto en lo que
hagan y decidido a no tolerar ningún quebranto más de la legalidad, incluyendo
entre las leyes, naturalmente, a la Constitución. Deberán ,
por tanto, hilar fino los elegidos para, sin renunciar a sus ideas, hacer
política desde la lealtad institucional y bajo el imperio de la ley. Es decir,
recuperando el diálogo (el verdadero, sin imposiciones), la estabilidad
democrática (y legal) y la normalidad (política, económica y social) en una
Cataluña fracturada, paralizada por una tensión estéril y en grave riesgo de
convertirse en una autonomía fracasada (al no satisfacer las necesidades de
todos los catalanes).
Oriol Junqueras |
Pero en el centro de esta coyuntura, la situación creada
tras las nuevas elecciones presenta una inimaginable extravagancia: la de contar
como elegidos a algunas personas que están siendo investigadas y procesadas por
cometer graves delitos (sedición, prevaricación, etc.). En tal tesitura, existe
la intención de interpretar el resultado electoral como sentencia ciudadana que
absolvería a los encausados. Es una tentación en la que han caído todos los
partidos que cuentan con líderes sometidos a causas judiciales. Ejemplo de ello
es el propio presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que suele parapetarse tras este argumento para
declararse absuelto de cualquier responsabilidad por los casos de corrupción
existentes en su partido. También en el PSOE se recurre a la misma cantinela
cuando quiere amparar y justificar a cargos electos señalados o imputados en
causas penales. Es una utilización del derecho a la presunción de inocencia que
persigue la impunidad. Por ello, no resulta extraño que el “molt honorable president”
fugitivo, Carles Puigdemont, exija desde su refugio de Bruselas que se le
permita retornar para tomar posesión de su escaño y asumir una eventual investidura
sin preocuparse por el auto de busca y captura que le aguarda si pisa suelo
español. Se considera, como todos en su situación de delincuentes electos, juzgado
y absuelto gracias a los votos que cosechó su partido PDeCAT, la antigua
Convergència. Del mismo modo, también los políticos encarcelados reclaman
libertad para ocupar sus escaños en el Parlamento catalán. Todos ellos piensan
que los delitos prescriben al ser elegidos por el voto popular. ¿Sería ello correcto?
En un Estado de Derecho, con separación de poderes, el
Judicial es independiente del Ejecutivo y el Legislativo. Todos, sin embargo,
están sometidos a la ley y su ámbito de actuación está delimitado por el marco
legal en el que han de desenvolverse. En la configuración del estado autonómico
español, los gobiernos autonómicos representan al Estado en sus territorios y
administran las competencias que este delega para descentralizar el poder y
acercarlo a los ciudadanos. En el caso catalán, aunque la voluntad del Gobierno
fuera la de permitir que los electos encausados por diversos delitos tomaran
posesión de sus cargos, no podría, sin embargo, impedir que la Justicia continúe su
curso y persiga a quienes están acusados de un delito de rebelión contra el
Estado al que, en puridad, han de representar. Y de todos los dirigentes
nacionalistas investigados, 18 son parlamentarios electos, entre los que se
encuentran tres encarcelados (Oriol Junqueras, Joaquim Forn y Jordi Sánchez) y cinco
huidos a Bélgica (Puigdemont, Clara Ponsatí, Lluís Puig, Toni Comín y Meritxell
Serret).
Parlamento catalán. |
Por esta razón, aunque persista la existencia de dos bloques
antagónicos (separatistas y unionistas) que dividen la sociedad y el Parlamento
de Cataluña, la legislatura surgida de estas elecciones extraordinarias no
podrá volver a repetir el pulso al Estado y la desobediencia a las leyes, al
Estatuto de Autonomía y a la Constitución. Y
ello, incluso, como es probable, si la repetida mayoría parlamentaria
independentista conforma un Govern
idéntico al anterior, disuelto por la aplicación del Artículo 155 de la Constitución.
Quiere decirse que, respondiendo al interrogante que nos
hacíamos al principio, es factible por enésima vez dirigir la política catalana
en clave soberanista, pero no es posible hacerlo desde la ilegalidad y la
desobediencia a los tribunales de Justicia ni al Tribunal Constitucional. Entre
otros motivos, porque ni desde la cárcel ni desde el exilio, donde se hallan
por sus responsabilidades penales los máximos dirigentes de las dos formaciones
con mayoría parlamentaria, aunque sin mayoría social, se puede predicar una
política que conduce inexorablemente a tales destinos.
Ni Puigdemont ni Junqueras, que se disputan la presidencia
de la Generalitat , pueden representar al Estado contra
el que se rebelan si antes no cumplen con la Justicia y declaran ante
el juez su intención de acatar la ley, lo que les impediría toda vía unilateral
e ilegal hacia la independencia. Y si fueran otros los que les sustituyeran,
las situaciones penales de los citados servirían de advertencia ante las
tentaciones secesionistas a través del desafío a la legalidad vigente. Queda
claro, por tanto, que ser electo no exime del respeto a la ley ni de las consecuencias
penales de la comisión de delitos, por otra parte, impropios en representantes
de la soberanía popular en un Estado de Derecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario