De un plumazo, conforme a su estilo visceral, ha destrozado
todos los esfuerzos, años de negociaciones y resoluciones vinculadas a la
legalidad internacional que se habían desarrollado para alcanzar una compleja solución
pactada que hiciera posible la coexistencia pacífica de dos Estados en aquel territorio:
Israel y Palestina. No ha sido posible pero, a partir de ahora, todavía menos. La
insensata decisión de Trump suma en su haber, de entrada, más de cuatro muertos
a consecuencia de las revueltas que ha generado entre la población árabe y
musulmana. ¿Y qué ha conseguido con ello el presidente norteamericano?
Simplemente, dar espaldarazo a las ambiciones del Estado sionista de apropiarse
de la mayor parte posible del territorio de la antigua Palestina y extenderse
más allá de las fronteras establecidas por Naciones Unidas, lo que incluye a Jerusalén, sede de los Santos Lugares para las
tres grandes religiones monoteístas (judía, cristiana y musulmana), ciudad que ocupó
durante la Guerra
de los Seis Días, hace cincuenta años, declarándola capital “eterna, unida y
permanente de Israel”. ¿Era necesario agitar este avispero? Por supuesto que
no.
Es cierto que esta decisión formaba parte de aquellas
ocurrentes promesas que enarboló Donald Trump durante su campaña electoral para
atraerse el voto del lobby judío norteamericano y de los supremacistas blancos
fanáticamente religiosos con la literalidad de una Biblia que presenta al
pueblo hebreo como el escogido por Dios. En realidad, Trump simplemente ha
cumplido con su promesa, buscando antes el refrendo de sus votantes más intransigentes
que la lealtad con una política internacional basada, hasta que él llegó al
Poder, en la multilateral y los equilibrios. Rompe, pues, con todos los
consensos con los que se había comprometido EE UU y que servían para tejer con
hilos de reciprocidad las relaciones entre las naciones del mundo. Esta nueva y
abrupta ruptura se suma a otras que ha venido adoptando desde que asumió la
presidencia de EE UU., hace sólo un año. En esta ocasión, ese alineamiento
incondicional con la política de hechos consumados que practica Israel incumpliendo
las resoluciones de la ONU ,
le ha obligado a saltarse a la torera la legalidad internacional, como ya
hiciera anteriormente con la
UNESCO , el Acuerdo de París contra el cambio climático, su
desentendimiento con el acuerdo nuclear iraní, los tratados comerciales que su
país había establecido con países de Asia (TLC, entre USA y 11 países del
Pacífico) y del propio continente americano (TLCAN, entre USA, Canadá y México).
Se trata, en definitiva, de perseverar en aquella doctrina aislacionista y
unilateral de retirada que resumió en el afortunado lema de “America first”, y que
puede reportarle inicialmente el reconocimiento de sus más arrebatados
seguidores, pero que a la larga perjudicará a su país, con la proliferación de
aranceles por parte de todas las economías y la pérdida de liderazgo a nivel
mundial.
Lo más grave es que Donald Trump parece comportarse como un
pirómano cada vez que se siente acorralado por las pesquisas secretas que está
realizando en su entorno más cercano el fiscal especial Robert Mueller acerca
de la trama rusa. Unas pesquisas que ya han llevado a la Justicia a cobrarse
piezas de considerable calibre, como el exconsejero de seguridad Michael Flynn,
el exjefe de campaña Paul Manafort y el exasesor electoral George Papadopoulos.
Para colmo, declaraciones como las del exdirector del FBI destituido por Trump,
James Comey, sobre los impedimentos que ponía el presidente para que la agencia
investigara esa trama, y las de su lugarteniente, Peter Strzok, sobre la
injerencia del Kremlin en la campaña electoral, han instalado el miedo en
Donald Trump, quien no sabe ya cómo librarse de los indicios que lo señalan. Siente
el aliento de los investigadores, que rastrean ya las cuentas financieras y
fiscales del propio presidente, las de su hijo mayor Júnior y las de su yerno,
Jared Kushner, quien precisamente fue designado para encabezar una delegación
presidencial especial para Oriente Medio en busca de un acuerdo de paz entre
Israel y Palestina. Trump, que ahora ha dinamitado ese acuerdo, parece que halla en el escenario internacional la
tranquilidad que no consigue en el ámbito interno, aunque sea destrozando
acuerdos y relaciones enjundiosamente
elaborados. Toma decisiones incomprensibles y hace anuncios de
intenciones, como prometer regresar a la Luna sin concretar ningún plan ni posibilitar soporte
financiero, con tal de desviar la atención pública de las sospechas que le
persiguen y conseguir un efecto ansiolítico que calme su intranquilidad.
Y es que Trump, el pirómano, aviva incendios, incluso, en su
acción gubernamental doméstica a causa de esa manía a dejarse llevar por sus
impulsos al comentar vía Twitter la actualidad. Los psicoanalistas deben estar
“flipando” con tal exposición pública con la que el presidente alardea
inconscientemente de sus obsesiones y traumas. Así, manifiesta una tendencia
racista y xenófoba cuando expresa equivalencia moral en su condena a los “dos
bandos” por la violencia desatada en Charlottesville, a raíz de una marcha de
supremacistas blancos, integrada por grupos de ultraderecha, nazis y del Ku
Klux Klan, y las protestas antirracistas. O cuando brinda su apoyo al sheriff
de Phoenix (Arizona), acusado de perseguir ilegalmente a hispanos en su
demarcación. Una incidencia pública de racismo, ahora desde la Casa Blanca , como de la que
hizo gala en 1989, cuando gastó la suma de 85.000 dólares en contratar un
anuncio a toda página en cuatro diarios neoyorquinos para pedir la pena de
muerte contra “los cinco de Central Park”, cuatro adolescentes negros y uno
hispano que fueron hallados inocentes, tras las pruebas de ADN, de violar a una
mujer.
También el machismo y la misoginia resultan patentes en
actitudes, comentarios y declaraciones que Donald Trump no puede reprimir, como
aquella confidencia suya en la que se vanaglorió de que, si eres una
celebridad, puedes “agarrar por el coño” a cualquier mujer y no pasa nada. O cuando manifestó
su apoyo al candidato republicano a senador por Alabama, acusado de abusos
sexuales a menores. Afortunadamente, ello no ha favorecido al candidato cuestionado,
pues salió elegido un senador demócrata, poniendo en peligro la mayoría
republicana de la cámara.
Y, ahora, Jerusalén, el último avispero que ha agitado el
presidente norteamericano, en su empeño de meterse en todos los charcos a pesar de que
en ninguno halle los éxitos que busca desesperadamente para demostrar su talla
de estadista. Y no los encuentra porque su política miope, cortoplacista,
aislacionista y de desentendimiento con los problemas que aquejan al mundo, e
impulsada desde actitudes racistas, xenófobas, machistas, misóginas y sectarias,
es incompatible con los valores y las aspiraciones que predominan en estos
tiempos en los países desarrollados, incluyendo al propio EE UU, donde las
mujeres no toleran ya los abusos y las agresiones sexuales de que son víctimas
en aquella sociedad y están decididas a denunciarlos al amparo del movimiento
#Metoo, #yotambién. Trump, por lo que se ve, se ha equivocado de época; es un
pirómano que, en estos tiempos, no da la talla para ser presidente, aunque
incomprensiblemente lo hayan elegido.
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