En España
2017 se despide exhausto de acontecimientos que
estremecieron a España hasta el punto de desear darle carpetazo cuanto antes
con tal que 2018 venga con algo de sosiego y esperanza. La
violencia se
enseñoreó de este país, dejando el rastro ensangrentado por los yihadistas en Barcelona
y Cambrils y salpicando el territorio con esa lacra machista del asesinato de
mujeres que parece imposible erradicar. Y es que el fanatismo islamista mata inocentes
con la misma facilidad que algunos hombres asesinan a sus compañeras cuando
ellas deciden cortar una relación de opresión, abusos y malos tratos. Todo esto
sucedía a la par que el juicio del
caso
Gürtel constataba la existencia de una caja B en el Partido Popular,
cuyo presidente Mariano Rajoy, a la sazón presidente del Gobierno, testificaba
que no podía saber lo que hacían sus subordinados y el tesorero de su formación
-Luis Bárcelas, alias “Luis el cabrón”-, porque él sólo se dedicaba a la gestión
política. Mientras, en Barcelona, el
Govern
de
la Generalitat y un
Parlament con mayoría soberanista consumaban su reto al Estado y
declaraban la
independencia de Cataluña, tras un simulacro de referéndum que el
Gobierno combatió con porras y arrestos. El presidente de aquella Comunidad huyó
a Bélgica mientras su vicepresidente y otros consejeros acababan en una cárcel
de Madrid. Con ese
Govern destituido
y el Parlamento disuelto por intervención del Estado, se convocaron nuevas
elecciones que dejaron la situación tal como estaba, a espera de que 2018 aclare un
follón político que
la
Justicia es incapaz de resolver por sí sola.
En el mundo
El que hoy acaba ha sido el primer año de mandato de Donald Trump, el
inquietante presidente norteamericano que sigue empeñado en retirar a su país
de todas las instancias internacionales que basan en el consenso y el
multilateralismo las relaciones entre los países del mundo. Como los maníacos
obsesivos, cree que todos persiguen perjudicar a EE UU u obtener beneficios a
su costa, ya sea en la OTAN,
en la ONU o en la Organización Mundial
del Comercio. Por ello, prefiere el aislacionismo como política estratégica y
el proteccionismo como práctica económica en un mundo en el que impera la globalización,
precisamente promovida por EE UU. Ni la UNESCO, ni el Acuerdo de París contra el cambio
climático o los tratados comerciales convencen a un presidente que quiere “América
primero”, sólo para los americanos, sin inmigrantes ni refugiados, con muros en las fronteras y vetos a la migración, como si su
población fuera autóctona y descendiente directamente de los indios. Mientras
tanto, el cerco judicial se estrecha en torno al círculo íntimo del presidente
por la supuesta injerencia rusa en la campaña electoral en que
sorpresivamente resultó vencedor. Algo que no esperaba nadie. Y desde entonces con ese estilo faltón y
arrogante que le caracteriza, incapaz de reconocer su inexperiencia, se ha
pasado el año enfrentándose al loco de Corea del Norte con mutuas amenazas
nucleares, agasajando a las petromonarquías saudíes y alineándose incondicionalmente
con los sionistas de Israel al reconocer Jerusalén como capital del Estado
hebreo. Con semejante panorama, lo mejor de 2017 ha sido la derrota del
Estado Islámico, aunque ello no suponga la eliminación de su capacidad para
irradiar odio y terror allá donde consiga radicalizar a descerebrados
seguidores. Saludamos, pues, con temor a 2018. Porque no hemos podido citar, en nuestro apresuramiento, ni a Maduro, ni a Putin, ni la masacre de los rohingyas, ni los palestinos, ni la vergüenza europea, España incluida, de incumplir su propio acuerdo de acogida de refugiados, etc.
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