Todo el mundo celebra culto a la muerte, ya sea recordando a los difuntos o riéndose de ella mientras se está vivo. Todos los Santos o Halloween festejan lo fúnebre, el destino fatal que a todos aguarda cuando llegue la hora. Con obras teatrales como Don Juan Tenorio o mediante máscaras y disfraces, rendimos culto a la muerte, la única certeza que. de tan verdadera, la ignoramos, salvo un día: hoy, festividad de Todos los Santos, seguida del Día de los Difuntos, o la céltica de Halloween, que ya se impone como un negocio más en España.
Lo cierto es que, en bromas o en serio, no olvidamos a la guadaña que nos acecha ni a quienes se ha llevado ya consigo. Se unen lo profano y lo sagrado, lo cristiano y lo céltico, lo hispano y anglosajón, la archicultura del imperio y lo propio, para rendir un segundo de reflexión, bajo la aparente festividad comercial, a una muerte siempre presente y a la que damos la espalda todo lo que podemos. Hoy, sin embargo, recordamos que está ahí mientras acudimos a los cementerios para visitar las tumbas de los familiares idos, con el dolor que aún nos produce su pérdida, mientras los que se creen lejos de tales momentos por su edad, aprovechan el día para celebrar la vitalidad que bulle en un organismo joven y sano, riéndose de la muerte con disfraces y fiesta. Es la festividad de Todos los Santos, antes tan gris y triste, cuando el único negocio era el de las flores para engalanar los humildes nichos y los enormes panteones, que también hay clases sociales en la otra vida.
Esta noche, sin embargo, la juerga ha recorrido nuestras calles con el desenfreno juvenil de las pandillas que se saltan toda tradición –ni misas ni truco o trato- para festejar disfrazados o no de vampiros, brujas, diablillos o zombies lo que a ellos sobra: vida. Consciente o inconscientemente, rendimos culto a la muerte aunque lo sublimicemos en celebración por las cosechas, los Santos o las brujas y demás espíritus que habitan nuestras supersticiones. Es tan grande nuestra negación del poder absoluto de la muerte que sólo le dedicamos un día al año, en el que unos recuerdan a sus fallecidos y otros disfrutan de la fiesta, pero en el que todos sienten ese pellizco íntimo de una muerte que nos ronda. Por eso hay que celebrar que todavía no nos haya tocado. ¡Feliz día, vivos!
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